Estamos de enhorabuena con los estrenos del Real. Tras Brokeback Mountain, la ópera posmoderna de Charles Wuorinen sobre el amor homosexual de dos vaqueros, ahora le toca el turno a la bellísima Alceste, de Christoph Willibald Gluck, el gran renovador del teatro musical del siglo XVIII.

Quienes han buceado en la historia de sus representaciones, aseguran que es un estreno absoluto en España, al menos en versión escénica, lo que lo convierte en un extraordinario acontecimiento.

Inspirada en la tragedia de Eurípides, Alceste es la historia de un amor absoluto, la de una mujer que acepta voluntariamente la muerte para salvar al marido ya que los dioses han decidido cruelmente que ése sólo sobrevivirá si otra persona se sacrifica por él.

El mito original griego habla del rey de Tesalia, un monstruo de egoísmo que pide primero, aunque sin éxito, a sus padres que mueran en su lugar y acepta el sacrificio de su propia esposa. Únicamente la intervención de Hércules, ablandado por la nobleza y generosidad de Alceste, la rescatará del inframundo.

La Alceste de Gluck es una reina abandonada por todos, empujada al sacrificio por una corte y unos sacerdotes cobardes dispuestos a proclamar su amor por el rey como también a huir si es preciso o encontrar a una víctima propiciatoria.

En la versión de Eurípides, tanto Alceste como su esposo, el rey Admete, conocen desde el principio y aceptan la tragedia: asumen su destino. En la ópera de Gluck, el moribundo Admète ignora por el contrario el sacrificio que está dispuesto a hacer su esposa para salvarle y los cortesanos le hacen creer que se ha entregado una vida anónima a cambio de la suya.

No es extraño que puestos a actualizar la ópera de Gluck y situarla en nuestros días, el director escénico, el polaco Krzystof Warlikowski, haya pensado en la figura de la princesa Diana de Gales, cuya trágica suerte interpreta, sin embargo, muy libremente.

Warlikowski dice no querer héroes, sino "personajes con sus debilidades y sus fracturas". Y de ahí que surgiese la idea de inspirarse en la historia de lady Di, quien en sorprendente confesión a un periodista, afirmó que no amaba al príncipe Carlos y anunció su intención de divorciarse. En la versión del Teatro Real, la ópera arranca con la entrevista en la que ella cuenta que se separa.

Después la historia tomará derroteros que nada tienen que ver con lo ocurrido realmente: la princesa se entera de que ese marido al que detesta agoniza en el hospital, y siente que es ella la responsable, y ese sentimiento de culpa la lleva a arrepentirse e inmolarse por él como en la tragedia clásica.

En la presentación a la prensa de la ópera, que se estrena aquí en su versión francesa, posterior a la italiana, el nuevo director musical del Real, el británico Ivor Bolton, destacó el carácter absolutamente reformador de Gluck, compositor que rompería con muchas de las convenciones de la "ópera seria" e iba a influir en Mozart primero y más tarde en Berlioz e incluso Wagner.

Todo es innovador en su música aunque hoy lógicamente ya no nos lo parezca tanto: la obertura, que prepara ya al espectador para los afectos que van a dominar la subsiguiente acción, el ímpetu de los coros, la riqueza de un lenguaje orquestal que puede prescindir perfectamente de la tutela del texto para independizarse o la belleza y claridad de sus melodías.