En una época ya muy alejada de ésta, más razonable y sin duda más libre, en la que la libertad de conciencia estaba por encima de las ideas vigentes, Henry David Thoreau, en desacuerdo con la guerra declarada por los Estados Unidos a Méjico, se negó a pagar impuestos y se retiró a los bosques, donde construyó una cabaña de troncos, vivió de lo que cazaba, pescaba y sembraba y escribió un libro de poderoso aliento: Walden o Mi vida entre bosques y lagunas, donde defendía, además de con su actitud, al hombre libre e independiente frente a los excesos de la civilización industrial. En realidad, el hombre necesita muy poco para vivir y escribir. Según Faulkner, le basta con un poco de whisky, tabaco, un trozo de papel y un lápiz. Hoy el tabaco está prohibido, el alcohol poco menos y se pretende abolir el papel y los lápices, por lo que no debemos extrañarnos de que, en el "paraíso electrónico" no haya escritores (ni maldita la falta que hacen).

Tampoco se permiten bromas con la Hacienda pública. Si alguien se refugia en los bosques para no pagar los impuestos, va la Guardia Civil a buscarle como si se tratara de un delincuente común o de un terrorista. Herbert Spencer escribió en El hombre libre contra el Estado un alegato contra los impuestos: ahí, y no en la metafísica, está la esencia del liberalismo. Y no por egoísmo, sino porque los impuestos significan control sobre el individuo. Samuel le retiró su apoyo a David cuando éste proyectó un censo de su pueblo: aquello era contrario a Yavé y contrario a la naturaleza. Si el hombre nace libre, no debe ser controlado ni marcado con un número, gracias al que se sabe si el contribuyente ha pasado por caja o no. Y después de Hacienda, el máximo beneficiado de la informática que trae a todo el mundo entusiasmado como si por tener en sus casas varios electrodomésticos de nueva factura hubieran alcanzado el colmo de la modernidad, es la policía. Si la Gestapo, la PIDE y la policía político-social de Franco hubieran dispuesto de electrónica, ya digo yo que estábamos todos marcando el paso de la oca y con chip como los osos aunque conectados a internet.

En la actualidad, eludir a Hacienda es imposible. Sabiéndose omnipotente, y sobre todo omnipresente, el Gobierno (siempre habíamos creído que la derecha era más liberal, pero éstos son peores que los socialistas en cuanto a intervencionismo) se permite obligar a los contribuyentes a que hagan

sus declaraciones por inter- net: es decir, obligan a todo el mundo a estar conectado a internet. Y esto es intolerable, abusivo, totalitario. Antes en las casas había teléfono o televisor si el due-ño quería tenerlos: nadie le obligaba. A partir de ahora, si no se le pone remedio, estar conectado a la red (el término, en sí mismo, es espeluznante) será obligatorio. No para facilitarle las cosas al usuario, sino a Hacienda y, de paso, aumentar las ventas las empresas privadas dedicadas a la electrónica. Así ya puede ser Mr. Gates el más rico del mundo. La solución puede ser retirarse a los bosques, donde por lo menos no hay enchufes que nos conecten a la red.