Las elecciones europeas, las elecciones europeas. Ya hemos llegado casi a las elecciones europeas y nosotros sin saber qué hacer. A ver, de Europa nos llegan pocas noticias. Sabemos que hay una cámara de representantes, que hay una Comisión Europea, y multitud de instituciones de las que en cuatro años apenas hemos tenido noticias. A nosotros quien nos escribe son Merkel, y Lagarde, siempre para darnos malas noticias. En la Troika debemos de tener muchos amigos, porque nos visitan con frecuencia, siempre para darnos órdenes.

-Bájense el sueldo.

-Trabajen más horas.

-Redúzcanse las pensiones.

-Profundicen en la reforma laboral.

Piensa uno que de quienes deberíamos tener noticias en una Europa que pretende ser una Europa no es de toda esta gente, sino de los diputados a los que votamos hace cuatro años y que parece que se los ha tragado la tierra. Significa que uno es más europeísta que la propia Comisión Europea al modo en que uno es más partidario del sistema que el Gobierno de Rajoy, trufado de antisistemas dispuestos a acabar con la educación pública y con la sanidad pública y con los derechos laborales e individuales. Hay antisistemas que tiran piedras a los escaparates y antisistemas que arrojan obuses sobre el estado del bienestar. No coinciden, no son los mismos. Los escaparates se arreglan al día siguiente de la manifestación, pero la Educación para la Ciudadanía, por ejemplo, continúa hecha polvo.

¿Está todo patas arriba? Sí. Pero ahora comenzará la campaña electoral para las europeas (en realidad ya ha comenzado), y nos bombardearán con la idea de que nuestro voto es importantísimo. Importantísimo, se entiende, que es para nuestra vida diaria.

-Oiga, pero si yo creía que la que mandaba era Merkel.

-Déjese usted de retóricas -nos dirán-, y acudan disciplinadamente a las urnas. Cumplan ustedes con su obligación.

-¿Pero usted ha cumplido alguna vez con la suya?

-Jamás. ¿Pero acaso quiere usted parecerse a mí?

-En absoluto.

-Entonces, vóteme.

-Me ha convencido.