De vez en cuando, surgen voces académicas y empresariales que piden (al Gobierno, a Bruselas, al Banco Central Europeo o a todos a la vez) medidas para reactivar el consumo y el crédito y evitar, así, la entrada en deflación. El problema con estas peticiones es que chocan con el nuevo panorama dejado por una crisis iniciada hace siete años.

En primer lugar, el proceso de devolución de deudas de los países más afectados (entre ellos, el nuestro) no ha terminado. Pese a que familias y empresas prosiguen con su desendeudamiento a buen ritmo, no ha sido así con las administraciones públicas (España terminará 2014 con una deuda sobre PIB cercana al 100%).

Al hecho de que el desapalancamiento global y el saneamiento del sector financiero no hayan concluido (y que, por tanto, no se haya reactivado el crédito), hay que añadir una clave nueva en nuestro mercado laboral, fruto de la reforma de hace dos años: el aumento del trabajo a tiempo parcial como factor de la "recuperación". Un tipo de trabajo no buscado (la mayoría querría trabajar más horas) y que se traduce en una menor renta disponible entre aquellos que operan bajo esta modalidad (un 16% del total) y, que por tanto, gozan de menor capacidad de consumo. Así, empieza a consolidarse aquí una figura habitual en Estados Unidos o Alemania: la de los "working poor" o "trabajadores pobres".

Como consecuencia de ello, ha habido un cambio sustancial en la distribución de la renta, con un cada vez menor peso salarial en el conjunto del PIB y una mayor presencia de los beneficios empresariales€ y de la carga impositiva. Otra vía por la que también se lastra el consumo de las decrecientes clases medias.

Así que, si oyen invocaciones al crédito y al consumo, piensen que el que habla se mueve entre el cinismo (pensando mal) y la ignorancia (si somos benévolos).