Si hay un pintor que sigue fascinándonos hoy, cuando se cumplen cuatro siglos de su muerte, es sin duda Doménikos Theotokópoulos, como el firmaba, aunque universalmente conocido como El Greco.

Lo demuestran las largas colas que se forman diariamente ante el toledano museo de la Santa Cruz, donde se celebra la exposición central dedicada a ese aniversario, exposición que cubre distintas etapas de su vida artística: desde su Creta natal hasta su etapa final toledana, pasando por su estancia en Italia, donde aprendió mucho de los venecianos.

Los españoles somos privilegiados por cuanto podemos admirar la mayor parte de las obras maestras del pintor cretense en las iglesias y los museos tanto de Toledo como de otras ciudades del país, aunque muy especialmente en El Prado.

Pero tiene su aliciente viajar a la ciudad del Tajo para poder ver las reunidas para la ocasión -obras procedentes muchas de museos europeos y norteamericanos- en el escenario mismo donde se crearon, en la ciudad que sedujo a escritores tan distintos como Rainer Maria Rilke, Téophile Gautier o Maurice Barrès.

El Greco nos fascina hoy tal vez más que nunca, pero fue durante siglos un artista injustamente valorado, al punto de que muchos apreciaban más su obra temprana, de clara impronta veneciana, que la madura que creó en sus treinta y siete años vividos en Toledo.

Se le consideró además durante mucho tiempo un pintor raro, excéntrico, sobre todo por el alargamiento y la sinuosidad de sus figuras, y se llegó a atribuir lo extravagante de sus formas a algún defecto óptico o incluso algún problema psíquico, y no a su genio artístico.

A su largo desconocimiento fuera de España contribuyó el hecho de que la mayor parte de su obra religiosa, al servicio, como es sabido, de la Contrarreforma, no había salido de la península.

Fue sobre todo el crítico alemán Julius Meier-Graf, autor de importantes ensayos sobre el impresionismo y autor de biografías de Cézanne y Van Gogh, entre otros, quien, al considerar a El Greco precursor de las vanguardias y del arte moderno, más hizo por su "redescubrimiento" internacional.

Meier-Graf calificó al pintor cretense de "profeta del modernismo" y precursor de los "expresionistas" en un libro publicado en 1910 bajo el título de Spanische Reise (Viaje español).

Pero ya antes se habían interesado por él algunos grandes artistas: el francés Édouard Manet había viajado incluso a Toledo para estudiar su obra; su compatriota Eugéne Delacroix poseía también alguna pintura suya, y el gran estudioso del arte español Paul Lefort había relacionado a El Greco con la afición de los románticos a todo lo extremo.

El Greco ejerció además gran influencia sobre el Picasso cubista, y muy especialmente sobre los expresionistas alemanes, entre ellos Beckmann, Kokoschka o Franz Marc, e incluso los simbolistas franceses.

A esa influencia, que se dejó sentir también en numerosos artistas del siglo XX como Alberto Giacometti, Francis Bacon, Jackson Pollock o nuestro Antonio Saura, dedicará El Prado una exposición a partir del 24 de junio y hasta el 5 de octubre bajo el título de "El Greco y la Pintura Moderna".

Mientras tanto, revisitemos la obra de El Greco: gocemos de la profunda humanidad de sus retratos masculinos, de sus visiones espectrales de Toledo, de sus ángeles asexuados de delicadas manos, de la belleza de sus vírgenes, de sus cristos musculosos, de sus extrañas anatomías, de esas figuras que se retuercen y ascienden como llamas o torbellinos, de esos jirones azules de cielo que asoman entre nubes siempre de tormenta.