El problema de los ansiolíticos es que deprimen, que te dejan tirado. A menos, claro, que los tomes en la proporción justa. La proporción justa sería aquella que te arranca de la ansiedad sin meterte en la cama. Hay gente que toma ansiolíticos por la noche, para dormir bien, y antidepresivos por la mañana, para subirse al autobús. La combinación funciona, aunque con un equilibrio muy precario, pues lo normal es que con la euforia comience de nuevo la ansiedad, etc. La vida es eso, una suerte de funambulismo entre esto y aquello. Entre la noche y el día, cabría decir. Según un ensayo alemán, cuyo nombre no me viene, la historia de los pueblos se podría explicar en función de las relaciones que mantienen entre el sueño y la vigilia. Hay pueblos que solo se encuentran a gusto cuando están dormidos.

Viene todo esto a cuento de la deflación económica, de la que uno está intentando enterarse. No basta con afirmar que la deflación es lo contrario de la inflación, no. Conviene desarrollarlo. La inflación, en términos clínicos equivaldría a un estado de euforia semejante al que padece la persona bipolar. Ahora bien, todos sabemos que cuanto más intensa es la manía, más profundidad tendrá el hoyo en el que el maniaco depresivo se precipita después. Aquí hemos pasado por unos años de euforia en los que Bárcenas llegó a acumular casi cincuenta millones de euros en una sola cuenta corriente. En los que Díaz Ferrán, que era el jefe de los empresarios, compraba inmuebles en Nueva York como el que compra chuchería en la tienda de la esquina. En los que Ana Mato tenía en el garaje un Jaguar al que no prestaba atención porque se trataba de un lujo insignificante comparado con el resto de sus bienes. En los que Blesa cazaba en Rumanía€

No agotaremos la lista. El caso es que la contraprestación a esa euforia de unos pocos la estamos pagan do todos ahora con la deflación. Es decir, con una depresión colectiva que no nos permite salir de la cama. Como usted y como yo no disfrutamos en su día de la euforia, tampoco deberíamos pagar a escote la tristeza. Pero parece que sí, que la deflación es para todos, incluso para los que jamás hemos conducido un Jaguar. Desde el punto de vista clínico, resulta aberrante.