Amaneció un día espléndido, soleado, con nubes allá lejos, por el horizonte. Y la noche había sido más bien fresquita, aunque siempre admirable, sin nada de ese viento molesto para todos. Era sábado y salimos a dar una vuelta por la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, a la que casi desconozco, pues cuando uno viene aquí desde la Península o desde la isla picuda, que es mi tierra, lo hace para algo concreto y no para pasear, ejercicio que cada vez nos cuesta más a los ancianos. Nos llevaron en coche a Las Canteras, donde hacía siglos que no iba. Allí pude admirar el amplísimo arco de la playa con el Auditorio en homenaje a Alfredo Kraus al fondo, un modelo de ejecución y de modernidad, donde la ausencia de ventanales hizo que se nos explicase de dónde demonios viene la luz. La gran estatua de Kraus me hizo recordar aquellos tiempos de Milicia Universitaria donde coincidimos, aunque no en año ni en cuerpo, si bien tuve varios contactos con él en Madrid ya que era gran amigo de mi cuñado Opelio y tuvimos la suerte de encontrarnos en más de una exposición. Lo soleado del día y la ausencia de viento hacía que la playa estuviese con bastantes bañistas y mucha era la gente que paseaba por aquellas amplias y bien cuidadas alamedas.

Luego nos fuimos a misa, que uno sigue con sus costumbres y fe de niño. Mi amigo Pepote celebraba su 90 aniversario y junto a él nos reunimos familiares y amigos en una misa que dijo quien luego resultó ser hermano de Pepote, sacerdote jesuita con residencia en el Puerto de Santa María, en un convento que conocí hace medio siglo pues era también colegio de verano para alumnos suspendidos, cosa corriente en mi familia de entonces. Después de la misa, estrechamos lazos, recuerdos y conocimientos en un almuerzo de medio centenar de personas en el Club Náutico, que en nada se parece a aquel otro de madera y con pilares en el mar que conocí hace no sé cuantos decenios. En los amplios salones del primer piso con espléndidas vistas al Puerto y al mar en un día apacible sin viento ni olas, pasamos unos ratos sencillamente inolvidables pues ni mi amigo ni yo vamos a tener muchas oportunidades más para felicitaciones y recuerdos. El tiempo no perdona el paso de los años y lustros. Fue un almuerzo simplemente inolvidable, con profusión de regalos para quien cumplía años y la proyección de un vídeo con fotos de toda la vida del nonagenario que la contemplaba rodeado de hermanos, hijos, nietos, familiares y amigos, vídeo en el que se proyectó una foto del homenajeado y mía hace un año en Las Canteras y que tengo en mi mesilla de noche en Madrid. Abrazos de despedida al amigo entrañable, a quien el Señor concederá sin duda una larga y feliz senectud.

Por la noche y con los amigos que nos han acompañado estos días, volvimos a cenar en La Marinera y a la mañana siguiente del domingo nos volvimos a Madrid con la satisfacción de un par de días inolvidables con amigos de antes y de ahora, todos muy queridos. Y con el abrazo de despedida a Pepote, entrañable como siempre.