En las últimas semanas parece que algo se mueve en relación con el crédito. Al menos se mueve el marketing publicitario. Las dos mayores entidades de crédito españolas, Banco Santander y BBVA, están repitiendo, como si se hubieran puesto de acuerdo, que "detectan un incremento de la demanda solvente de financiación". Por supuesto, la banca está preparada y deseosa de atender esa demanda. Estupendo; debemos alegrarnos de que así sea. Estamos ansiando que el conjunto del sistema, y particularmente las entidades líderes, dejen de reducir sistemáticamente su stock de crédito; sería hora. Pero mientras comprobamos que la expresión de ese deseo se hace realidad, veamos qué nos dicen las últimas estadísticas publicadas por el Banco de España. Ya sabemos que obras son amores, y no buenas razones.

El último Boletín Estadístico del Banco de España hecho público es el del mes de febrero de 2014. El saldo total del crédito a otros sectores residentes al finalizar 2013 (dato todavía provisional) estaba situado en 1,448 billones de euros, lo que, de confirmarse el dato como definitivo, significaría que el mismo disminuyó el pasado año en "la módica cantidad" de 156.711 millones de euros; después de que en 2012 ya se redujera en 177.620 millones. Lloviendo sobre mojado. Desde que al finalizar 2008 alcanzara su máximo, el crédito a los sectores privados de nuestra economía se ha reducido en 421.659 millones.

Esta caída es perfectamente comprensible, al menos inicialmente, en el contexto en el que se produce. Hemos de pensar que el crédito al sector privado estuvo creciendo, en España, durante más de un decenio, a una tasa anual media acumulativa del 15%. Solamente entre los seis años que van de 2002 a 2008 -los años de mayor impulso de la burbuja inmobiliaria- el crédito a los otros sectores residentes se multiplicó por 2,66, con crecimientos, en algunos ejercicios, superiores al 25%. Esta explosión del crédito, además, se financió con el recurso de nuestra banca a los mercados mayoristas exteriores -lo que solamente fue posible por nuestro acceso al euro-, ya que los depósitos de sus clientes no fueron suficientes. Es en esa situación de notable desequilibrio entre los recursos minoristas procedentes de la clientela tradicional y la financiación otorgada a empresas y familias en la que se produce el cierre de tales mercados mayoristas, como consecuencia de la incertidumbre generada por el inicio de la crisis financiera originada en los EE UU, y derivado de ello la banca se enfrenta, en primer lugar, a graves problemas de liquidez, que la obligan a cerrar el grifo del crédito. Aún hoy, muchas de las entidades de crédito de nuestro sistema bancario tienen un stock de créditos que supera a los depósitos de sus clientes. En tales condiciones, y considerando el conjunto, es difícil que el crédito a familias y pequeñas y medianas empresas vuelva a fluir realmente de forma significativa, para convertirse en un impulso del necesitado crecimiento económico.

En definitiva, una cosa es lo que se dice y otra muy distinta lo que realmente va a hacerse. Cuando hablamos de que el grifo del crédito va a continuar cerrado no debería deducirse que los bancos no vayan a conceder créditos. Naturalmente que van a hacerlo. Es su negocio y, además, a los tipos actuales, y con un coste de financiación muy bajo, un negocio muy rentable. Pero la prioridad, ahora, es la solvencia y cualquier incertidumbre al respecto decanta las solicitudes a su denegación. También existe una clara explicación para ello: la tasa de morosidad, después de haber traspasado -las entidades que lo han hecho- toda la basura al banco malo, al finalizar el pasado año, estaba situada en el 13,60%. ¿Alguien piensa que con una tasa de morosidad tan elevada están realmente resueltos los problemas de la banca en España? ¿Cabe esperar que se reduzca, en un plazo razonable, de forma significativa? Mi opinión es que no; y en tales circunstancias, con la debilidad del pulso en nuestra economía, esperar que fluya el crédito hasta el punto de que las nuevas concesiones sumen más que las amortizaciones y, en consecuencia, crezca el stock de préstamos, es realmente ilusorio, por mucho que las entidades digan otra cosa. Al tiempo.

Y en esta situación y con los precios amenazando deflación, el Banco Central Europeo continúa inmóvil. En la mejor de las interpretaciones optimistas, podríamos deducir, después de la última reunión de su cúpula, que están dispuestos a hacer algo y, además, ahora existe unanimidad. Cosa previsible, porque, los días previos, el Bundesbank ya se había encargado de anticipar -para que a nadie le quepa duda de quién es cada cual- que, ante la evolución de la tasa de inflación, no vería mal la adopción de nuevas medidas expansionistas por parte del BCE, incluidas las denominadas "no convencionales", que ya han sido adoptadas, ampliamente por otros colegas del BCE, como la Reserva Federal, que, cumplida la misión, ya ha empezado a retirar paulatinamente algunos estímulos, mientras en Europa nos quedamos todavía con declaraciones bienintencionadas. ¿Para cuándo? Siempre llegamos tarde y eso tendría una importancia relativa si no fuera porque causa demasiado sufrimiento en millones de personas.

El BCE debe actuar ya, y hacerlo con todas las armas a su alcance, ortodoxas y heterodoxas. Puede y debe bajar el tipo de interés, simplemente para igualarlo al de la FED; debe imponer una tasa negativa de intereses a los bancos que le depositan reservas de liquidez, y debe comprar bonos. El "aliento" alemán de sus estatutos le impide comprar bonos públicos europeos; pero sí puede comprar bonos de titulización de préstamos a pymes -como mensaje de la correcta dirección- y, como algunos sugieren, si los bonos son públicos que sean de los EE UU de América; así, mejor que mejor, de paso, a ver si, incrementando la demanda de dólares norteamericanos, conseguimos devaluar el euro y animamos, de verdad, las exportaciones, que están mucho más estancadas de lo que parecería escuchando a los responsables de la política económica.

El BCE puede y debe hacer más; primero para impulsar el crecimiento económico, que es la única vía real para que el déficit público se reconduzca, y también para ir corrigiendo la elevada fragmentación financiera generada como consecuencia de la crisis, que limita sobremanera el alcance y los efectos de su política monetaria para muchos de los países de la Unión.

(*) Economista