Han querido la estrategia vaticana y el azar que la remoción del enfant terrible Rouco Varela, atizador contra el creciente laicismo español e intervencionista máximo de la jerarquía eclesiástica en la educación pública, coincidiese con la muerte de Ramón Echarren, obispo emérito formado al amparo de ideas equidistantes a las del exarzobispo de Madrid, representadas por el cardenal Tarancón, cuyo pensamiento ha sido enterrado bajo cal viva durante el mandato del gallego en la Conferen-cia Episcopal. Los dos acontecimientos cruzados, sin embargo, no han ganado tanta devoción social, digo en las redes sociales, como la capa magna que llevó el cardenal Cañizares, también recién nombrado arzobispo de Valencia tras su etapa (¡y prepárense!) como prefecto de la Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos, ministerio o misterio vaticano para el que fue designado por el papa Benedicto en 2006.

La capa magna de este príncipe de la Iglesia o de las tinieblas desfiló en 2007 con motivo de una ordenación sacerdotal en Italia, que, a juicio de Cañizares, tenía raigambre más que suficiente para ventilar una vestimenta de aura medieval. La imagen de la aparatosa prenda (a la que décadas atrás se le suprimió una piel de armiño para épocas invernales) ha sido rescatada por algún desinquieto, imagino, para ilustrar las ínfulas de Antonio Cañizares, y de paso demostrar que el papa Francisco continúa envuelto en el bucle de la capitanías más poderosas de la Iglesia.

¿Sigue en vigor esta vestimenta de larga capa necesitada del sostén de un clérigo, elaborada en lana morada o seda púrpura según el rango del beneficiado, o bien ha ido a parar al trastero de las humedades a la vista de la socialización ejerciente de Francisco? No lo sé, y es probable que discernir al respecto suponga una dura labor de investigación entre mayordomos, asistentes y protocolos interminables de palacio. Dispuesta o no, entiendo que una salida a la luz de semejante escenografía provocaría, de inmediato, una caída en picado de las intenciones aperturistas del Papa, tan atareado, por otra parte, en poner coto a exhibiciones tan molestas para un tiempo de crisis, paro, hambre, epidemia, inmigración, guerras, fundamentalismos religiosos, xenofobia, abusos sexuales, violencia por machismo, penas de muerte... Todo lo que usted quiera y más, y a cuya solución se puede contribuir sin la necesidad de una capa magna ni de otras acciones (como el acaparamiento de propiedades) y símbolos que nos devuelven a tiempos de la cólera de Dios o las cruzadas pagadas por los papas, algunos locos y ciegos por el poder.

"¡Pero en qué mundo creen vivir!", expresaba indignada una usuaria de Facebook a cuenta de la capa magna de Cañizares. Y como consecuencia de las turbulencias de la coincidencia he tenido que pensar en Ramón Echarren, del que alcancé la condición de saludado por razones obvias de la profesión periodística. La revisión estos días de su trayectoria representa, en cierto sentido, el caleidoscopio ideal para observar la transmigración de la Iglesia a aspectos más doctrinales con el consiguiente abandono de la vida real. La obsesión por la sexualidad, la paranoia por la intimidad de las personas, la demonización de las preferencias laicas de la sociedad civil, el partidismo político, la tendencia a la crispación, el utilitarismo fiscal para saquear las arcas del Estado español, la vergonzosa discriminación de los profesores de Religión en un machaque permanente de la Constitución, la amnesia con el nacional-catolicismo ejercido como sustento de terror en la dictadura franquista... Y podríamos seguir y seguir, siendo todas las penalizaciones causa y objeto de la relegación del mensaje de Echarren: los pobres, su preocupación por ellos, y cómo eran desplazados por la soberbia política. Nada de ello, claro está, se podía hacer con una capa magna, sino más bien desde el desprendimiento que lleva al personaje a morir con lo puesto en una humilde residencia de la Iglesia.

El llorado Feliciano Fidalgo lo entrevistaba en 1990 en sus sección Luz de gas para El País, imagino que el resultado de la conversación fue supervisado por Echarren, dadas las polémicas que siempre desataba. Desgrano: ¿Habrá curas casados? "Posiblemente dentro de años, o un siglo", ¿Hay que usar preservativos? "Los científicos hablan de efectos secundarios negativos" (aquí conservador, aunque sin conjuras), ¿La Logse respeta la religión? "Lo que no se respeta son ciertos aspectos de los derechos fundamentales del hombre", ¿La Iglesia debe acoger a los homosexuales? "Jesús acogía a los pecadores peor vistos socialmente"... Faltó una pregunta: ¿Se pondría usted la capa magna, excelencia? Yo creo que no, y no.