No se puede decir que haya gato escondido: es un tigre lo que se agazapa. Como diría el pintor tinerfeño Emilio Machado en sus simpáticos monólogos a dúo con un amigo: "presuntamente, supuestamente, posiblemente". El consejero del Cabildo Carlos Sánchez y el concejal de Las Palmas de GC Ángel Sabroso informaron el pasado viernes de que un sector de la carretera del centro, la comprendida entre la Casa del Gallo y la Cruz del Inglés, se va a convertir en calle urbana. Y daban un argumento: "La puesta en marcha de la variante de Tafira ha propiciado que parte de la antigua carretera se haya convertido en una zona más urbana que rural". (Manda carallo). O sea: que se deduce e infiere que la tipología rural no la da el entorno, sino el uso de los accesos. Pero como las cosas son como son, y no como las venden los políticos, desde el viejo seminario hacia arriba todo es campo. Y paisaje.

La única conclusión racional que se desprende del dato de la apertura de la variante, y de la Circunvalación, es que el tráfico en la antigua vía insular, cuya característica esencial es estar flanqueada por eucaliptos de casi un siglo, se ha reducido drásticamente. Por esa circunstancia, y por la añadida de la crisis, y del enveje-cimiento de la población de residentes que por razones obvias de edad ha sustituido el coche particular por el Global (uno cada cuarto de hora).

Con menor circulación, en principio es difícil de entender que el Cabildo haga una inversión de 1.600.000 euros, que a la vista de los datos ya no es una acción prioritaria. En estos momentos en que el crac sigue golpeando a la sociedad en oleadas que no paran, y sobre todo a los dependientes, como consecuencia de los ajustes y tijeretazos del Gobierno central, lo esencial es la política social. La red sociosanitaria insular se ha quedado pequeña para las necesidades, que se han multiplicado. En este panorama, que se agravará aún más en los próximos años, meter millón y medio de euros, quizás dos millones al final, con las revisiones y lindezas complementarias, constituye una forma de despilfarro.

Por otra parte las declaraciones oficiales meten el miedo en el cuerpo de las personas sensibles: cuando se dice calle urbana y se citan las aceras, hay que pensar de inmediato en el modelo tipo barrio colmatado y masificado, impersonalizado, que se aplica indiscriminadamente: aceras embaldosadas con alturas de veinticinco centímetros y bordillos diseñados para la rotura de caderas de los mayores y esguinces al despiste. Todo eso es, encima, incompatible con los árboles. La fobia al eucalipto, al laurel de Indias, a lo que sea verde y esté en alto, ha machacado ya a miles de ejemplares en el interior de la Isla. Unos han caído, es verdad, para obras de mejora imprescindibles; pero otros sencillamente para hacer favores a amigos o hasta es posible que para poner en valor la madera. Porque la masa forestal talada tiene un precio. Se aprovecha todo, como en el cerdo, tanto el tronco como las ramas, que se venden para leña de chimeneas y hornos.

Si algo necesita la carretera del Centro, en todo su trayecto, desde el campus de la ULPGC hasta San Mateo, como mínimo, es habilitar paseos mixtos para bicicletas y senderismo, pero no a costa de los árboles, sino conservándolos como el principal atractivo. Para eso sería preciso ensanchar la calzada, unos tramos en un lado, otros en el otro, según lo fabricado, eliminando curvas y construyendo no aceras, sino senderos de paseo, como los que pueden verse en toda Europa, donde lo habitual no es el hormigonado -donde hay hormigón, en España suele ser sinónimo de comisión-, sino el adoquín clavado en tierra.

Hay una confusión: uso residencial no es lo mismo que tipología urbana; como regla general, pero más evidente si la zona limita con un espacio natural como es Bandama. Aparte del derecho de los vecinos, trastocado al modo en que se hacen las cosas, como por ejemplo, la Biblioteca del Estado, o los caprichos y alcaldadas que han terminado en demoliciones o indemnizaciones, los visionarios del cemento les pueden preguntar su opinión a los guías turísticos. ¿Por qué llevan a los turistas por este acceso y no por Lomo Blanco y Almatriche?

Mejorar la carretera es una cosa; convertirla en una calle, otra. Es la clásica diferencia entre una buena idea y una ocurrencia; entre la buena administración en tiempos de crisis y el tic del capricho y el derroche.

¿Qué parte del cabreo de la gente con las obras innecesarias y con los lujos que pueden aplazarse es la que no han entendido? Que se sepa, no ha habido ninguna manifestación pidiendo convertir una carretera arbolada en una calle urbana alicatada; sí las ha habido contra esa burbuja llena de caprichos, lujos y ladrillos que ahora justifica los recortes y el desmontaje del Estado de bienestar. Ya no sobra el dinero; y las chorradas, además de ofender, causan daño y dolor. Esa es la gran verdad.