Cuando tropiezo con personajes como Adolfo Santana lo gozo porque aprendo de su entusiasmo, de su nostalgia, de su desorden, de su conversación atropellada, de sus relatos minuciosos, de los mil detalles con los que pretende contar en cinco horas 87 años de vida. O en menos. Con él tengo siempre la seguridad de que después de una extensa charla se producirán llamadas al fijo de casa para aportar algún detallito porque "así lo que escribas te quedará mejor". Esa es la ruta de Adolfo.

´Tomás´, su nombre en la clandestinidad, mantiene intacta su ilusión por la vida. En su casa de Santa Brígida lee y escribe durante las mañanas porque las tardes las dedica, "ya lo sabes", al cuidado de su mujer enferma. En el universo ideológico, para este hombre nada tiene más valor que la documentación del Partido Comunista de Canarias que guarda con mimo y que reconoce legajo a legajo. Nos hicimos amigos cuando lo entrevisté hace unos diez años y me maravilló su capacidad para implicarte en sus relatos, su educación, su porte, su carácter.

Ocurrió que un día de hace tres o cuatro años salieron de un cajón las pautas de aquel reportaje, los apuntes, las fotos y un recorte de prensa. Desde entonces me propuse localizarlo. Pero pasó un día y otro y otro hasta aparcar a mi amigo en la gaveta de los recuerdos. La vida es puñetera y con ´Tomás´ me tenía guardada una sorpresa. Hace un año y poco en una caseta de la Feria del Libro en San Telmo alguien llegó con un libro entre sus manos comentando un "descuide, no tengo prisa, yo espero, que quiero hablar contigo€" Era él; lo reconocí desde que vi sus gafas de pasta, su porte y su necesidad de darme consejo. Compró el libro y me advirtió: "Si el libro de los Ayala me gusta, usted escribirá dos o tres más con las historias que he vivido. Tengo papeles", concluyó misterioso. ¡Y tanto que tiene papeles€! Miles. "Poco me quiere usted, Adolfo, déjeme descansar€" Esa mañana le prometí que iría a su casa y el resultado de aquella promesa y la posterior conversación fue un reportaje publicado el 30 de junio pasado.

Una deuda saldada con alguien que "junto a otros" se jugó la vida "para que en España saliera el sol". Ese es mi viejo amigo, el de ideales inalterables, el de la memoria roja. Hace unas semanas hablamos y ya tengo cita para una clase magistral de vida.

La suya.