Se lamentaba el otro día mi buen amigo L. V. de las corruptelas y trapisondas de algunos políticos impresentables, a costa de la gente honrada que, como él, paga religiosamente sus impuestos.

Como estaba yo algo beligerante ese día, me permití recordarle que esa misma semana él había conseguido en el Ayuntamiento por la vía rápida la concesión de una licencia a base de convencer a un amigo funcionario (tráfico de influencias) para que le subiera su documentación del fondo de la tonga de legajos pendientes a la parte de arriba, saltándose su turno legal (prevaricación). Como me consta que además le suele regalar a fin de año a su amigo alguna botellita de whisky, estamos en presencia de un tercer delito, mucho más grave (cohecho). Sabiendo asimismo que en la propiedad citada en el expediente se había hecho constar la mitad de su valor real (¿alteración del precio de las cosas y falsedad en documento público?) a efectos de adelgazar la correspondiente tasa municipal (fraude fiscal), me atrevía a poner en duda lo impoluto de su comportamiento ante la hacienda pública.

Mi amigo me trató de exagerado, de que "si eso todo el mundo lo hace", etc. y me dejó plantado alegando una gestión urgente que tenía que llevar a cabo.

Yo no insistí, porque sabía que dicha gestión era apremiante, pues tenía que ir a cobrarle el alquiler al inquilino de un apartamento suyo y que siempre percibía el importe en mano y sin recibo, para no dejar constancia de transacción alguna (evasión de impuestos).

Estoy cayendo en la cuenta de que me honro con la amistad de ciertos individuos que no dejan de ser delincuentes habituales y que mi obligación sería denunciarles sobre la marcha. Y que de otro modo yo mismo estaría incurriendo en un delito (complicidad para delinquir).

Pero a la hora de la verdad siempre me arrugo y me sale la vena bíblica, no atrevién- dome a arrojar la primera piedra.*

*No vaya a darme a mí en la cabeza.