Pablo Iglesias 'el otro' dijo muchas veces antes de las elecciones europeas, en sus declaraciones de diseño en La Sexta Noche, que los eurodiputados de 'Podemos' no cobrarían los fabulosos salarios que percibían los demás. Eso dijeron, y tal voluntad de austeridad, para que ese dinero fuera a actividades más prioritaria, fue uno de los acicates para que el gigantesco palangre lanzado en unas elecciones impregnadas por el cabreo se llenara de peces, perdón, de papeletas. No obstante los eurodiputados de 'Podemos' firman los recibís de los sueldos habituales. Lo que dicen que hacen es quedarse ellos con una parte, el triple del salario mínimo y gastos, y entregar el resto al partido, que como es obvio, lo empleará en lo que considere que son sus prioridades. Las suyas.

En realidad, en mayor o menor medida, eso lo vienen haciendo con sus emolumentos políticos la mayor parte de los partidos españoles. A esa entrega forzosa se le suele llamar coloquialmente "impuesto revolucionario".

El problema es que 'Podemos' no ha renunciado a la tentación de chupar de la teta de los presupuestos públicos, por mucho que un preciso bla, bla, bla, logre el efecto de la tinta de calamar gigante: esconder la realidad. Este grupo, salido del caldo de cultivo de la indignación ciudadana, tiene una de sus jaculatorias más místicas en la sinceridad y en que son pueblo en estado puro, sin conservantes ni colorantes ni sal añadida. Han descubierto, nada más ni nada menos, que uno de los elementos básicos de la demagogia comunista y de la retórica populista: la asamblea abierta como máxima expresión de la democracia directa. Un cuento: en una asamblea gana el que tiene más pico y suelen perder los que le dan más a la pala. Las peores castas políticas y sindicales han salido de las asambleas, porque la masa es muy manipulable. Hay técnicas que se ensayaron incluso hace pocos años, al final del franquismo, cuando los sindicatos obreros y los partidos de izquierda colocaban a sus pocos militantes en equis o en doble uve en los locales: la orden de aplaudir determinadas intervenciones de sus líderes, que a su vez estaban al tanto de las depuradas técnicas de la oratoria de masas, se amplificaban simulando un respaldo mayor que el real.

'Lenin' y Carlos Marx dejaron dicho que eso de las asambleas sí, cuando se controlan sin fisuras. Las células, con los soviet y los pecés satélites, o los círculos bolivarianos de 'Podemos' cumplen la función de intermediarios entre los de arriba, que con ellos seguirán siempre arriba, creando la 'nomenklatura' y los de abajo, a los que solo se les deja subir poco a poco y ampliando la plantilla subalterna para no poner en peligro a los ungidos... si no por los dioses, si por el milenario derecho de 'yo lo vi primero'.

Las noticias que llegan no son tranquilizadoras; Europa está perdiendo a velocidad uniformemente acelerada su ética humanista y la consideración del 'estado social' como eje vertebrador y primera obligación de sus gobernantes. Paso a paso el neoliberalismo se ha ido apoderando de parcelas del poder político. Se han trastocado los principios: si desde la revolución francesa y la norteamericana se consideraba que la soberanía residía en el pueblo y no en el rey-soberano en las últimas dos décadas se ha producido un peligroso trasvase en occidente hacia el poder financiero, que se ha impuesto al poder político, que es el único intermediario de la soberanía nacional que reside en el pueblo. El artículo 2 de la Constitución Española es claro y preciso: "La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado"; si se considerara una soberanía europea, esa soberanía residiría en el pueblo europeo, del que emanaría hacia las instituciones comunitarias y el Parlamento. El ejercicio de esas soberanías, distintas, pero cada una con su sentido y su destino, no puede ser limitado por un nuevo poder extra constitucional, el financiero, por muchos pactos 'extracorpóreos' que se firmen, sean Tratados de Libre Comercio de la UE con USA o con Singapur, o particulares entre estados.

Los ciudadanos europeos, y los españoles, pueden tener entre sí serias diferencias en materia de sentimientos, principios e intereses. Pero aunque a veces lo parezca, al final la ciudadanía se resiste a ser esclava de nuevo y a verse despojada de los derechos básicos conquistados a costa de millones de muertos: subsistencia, educación, sanidad, una vida cómoda y una vejez segura. Ninguna revolución ha estallado para defender los beneficios de los banqueros, la privatización del dominio público, la codicia de los especuladores, el aumento del hambre y el desarrollo irrestricto de la mortalidad infantil o anciana.

Un buen susto quizás imponga cordura; y por eso hay mucha gente decidida a votar a 'Podemos'.