Estoy llevando a cabo unas reformas en mi casa, y como el edificio tiene ciertos condicionantes estéticos por estar catalogado, he acudido a un arquitecto de reconocido prestigio para dirigir las obras.

Desde el principio han surgido los problemas: que yo quería un alero para protegerme de la lluvia, "¡No cuadra con la fachada, además en Canarias no llueve!" Que me apetecía una ventana baja para poder mirar hacia afuera , "No, la altura no encaja con la volumetría del resto del edificio". Que si el color que me gustaba para el exterior era un blanco crema, "De ninguna manera, lo que pide este paño es un rosa pastel".

Al final terminó tocándome las narices hasta el punto que tuve que referirle, a modo de parábola, el conocido chiste del sastre.

Es el del señor que va a un sastre de campanillas a hacerse un terno. El día en que después de múltiples pruebas viene a llevárselo, se asoman cliente y sastre al espejo para contemplar el feliz resultado. Al advertirle el cliente del extraño pliegue de la pierna izquierda, el sastre le revela como éste desaparece si se inclina ligeramente a la derecha. Al mostrarle tímidamente que uno de los hombros parece escorado a un lado el sastre de postín le explica de qué manera ha de inclinarse hacia adelante para que dicha anomalía, por otro lado totalmente baladí, quede neutralizada. Que el chaleco queda un poco corto, no pasa nada: se encoge uno un poquito y cae perfectamente.

Al final de la prueba el traje ha quedado a plena satisfacción... del maestro sartorial.

Al salir a la calle con su flamante terno, comentan dos transeúntes.

- Mira ese pobre hombre todo contrahecho, parece el jorobado de Notre Dame.

A lo que le replica el amigo con admiración

- Sí, pero tiene un sastre...

No sé si mi arquitecto ha captado la indirecta.

Porque hace tres días que no aparece por la obra.