Hoy se cumple el 58º aniversario de la muerte del doctor y gran estadista Juan Negrín, efeméride marcada por la fatalidad, que es una constante en la nación española, a lo que Claudio Sánchez-Albornoz llamó falta de talante y talento de sus gobernantes para defender siempre la irrenunciable dignidad del hombre. Época aciaga y mutante la de ahora, con acontecimientos que son expiación de culpas de unos y asunción de compromiso ilusionado de estos que vienen, actores de lo que parece un nuevo ciclo. La primera conciencia que tengo del científico y único canario que ha sido presidente de un Gobierno español fue -contaba yo entonces 14 años- cuando tuve en mis manos un ejemplar del periódico Falange en el que aparecía una escueta noticia de dos o tres líneas dando cuenta de que el día anterior, 12 de noviembre de 1956, fallecía en París el expresidente del Gobierno republicano Juan Negrín López, a los 64 años. Lo que movió mi juvenil curiosidad y hacerme con el periódico que leían fue el comentario de extrañeza de mi padre a sus amigos contertulios de lo exigua que era la noticia, en lo que veía el celo con que actuaba la férrea censura oficial de aquella época. Juan Negrín López nació en Las Palmas de GC el 3 de febrero de 1892 en el hogar de una familia de la burguesía canaria. El padre, Juan Negrín Cabrera, utilizó su notoria inteligencia en la compraventa de inmuebles, lo que le granjeó una respetable fortuna. Su hijo Juan, niño de prodigiosa inteligencia, a los 14 años ya había finalizado los estudios de bachillerato, momento en que se trasladó a la Universidad de Kiel (Alemania). Dos años después se mudó a Leipzig, lugar en el que consiguió el doctorado en Fisiología con tan solo 20 años, además de ser el primer español en lograrlo. Según su alumno Severo Ochoa, de seguir en sus investigaciones, pudo haber ganado el Premio Nobel, que sí le concedieron a él años más tarde. En 1915, avanzada la Gran Guerra, será el momento de abandonar el país teutón. Ya en España contactará con Ramón y Cajal; se afilia al PSOE (1929) y sigue a Indalecio Prieto; diputado a Cortes (1931); sublevación militar (1936); ministro de Hacienda; presidente del Gobierno de la República (1937) y exilio en 1939.

¿Por qué fue tan azarosa su vida una vez optó por el alejamiento de la ciencia médica para dedicarse a la política? Muchos factores. Gobernar en democracia es un difícil equilibrio entre el sí y el no; en las dictaduras, del signo que sean, es más fácil: se manda. Además, cuando un gobernante democrático no sabe transigir a tiempo fracasa; pero si transige demasiado pone en peligro la misma democracia. Negrín fue un humanista, científico, intelectual, políglota, y de acendradas ideas que tenían que ver con la libertad radical de las personas. Fue también incomprendido, odiado y víctima de la envidia, tan familiar ésta en todos los órdenes de la vida, más en política si cabe; para Negrín la envidia se convertiría en su Mefistófeles. Celos y crítica destructiva tuvo que soportar de colaboradores y compañeros de partido. Y traicionado. Él seguía de cerca lo que se cocinaba en Europa: su deseo era unir el conflicto con la nueva guerra europea, que veía inminente. Aguantar a pesar de lo mal que iban las cosas. "Resistir es vencer" era su lema. El no apoyo a la República de París y Londres; dimitido Manuel Azaña, perdidos el Ebro, Cataluña; diferencia en armas y pertrechos de los sublevados, todo hizo que minara la moral en el Ejército, mandos y políticos, momento en que aparece Segismundo Casado, comandante en jefe del Ejército del Centro, constituyendo en Madrid (1939) un Consejo Nacional de Defensa, y en enero de ese año se produce la proclamación del Estado de guerra dentro de la guerra; fue una guerra civil dentro de la Guerra Civil. El golpe militar "casadista" consistía en desbancar a Negrín, al que veían de modo disparatado pro comunista, rehén de Moscú, y todos los mandos militares entre ellos Vicente Rojo y el político Julián Besteiro se mostraron radicalmente contrarios a la continuación de la guerra. Franco por su parte dejó caer que estaría dispuesto a un entendimiento con sus adversarios, para una paz honrosa de éstos, siempre que sus interlocutores fueran militares de carrera, a los que les haría "concesiones". Casado estuvo en contacto con franquistas infiltrados en las propias filas republicanas, que sirvieron de enlace al traidor con Franco. El felón justificó el golpe con el argumento, nunca demostrado, de que los comunistas preparaban una sublevación para hacerse con el mando. Negrín se entrevistó más de una vez con el golpista, sin resultado. Hubo una cascada de nuevos nombramientos en los mandos por los golpistas, al tiempo que se producía una contrasublevación en Madrid por los comunistas del ejército del Centro. En la madrugada del 12 al 13 de marzo del 39, con la mediación del coronel Ortega, se llegó a un acuerdo para dar por finalizadas las hostilidades. No represalias, canje de prisioneros y los mandos continuaran en sus puestos, fueron las condiciones pactadas. Casado no respetaría ni uno solo de los acuerdos. A partir de aquí, descomposición total y derrota final sin paliativos. El ingenuo Segismundo Casado buscó las "concesiones" prometidas por Franco, cosa que éste, inmisericorde, convirtió en papel mojado: en Alicante miles de republicanos buscaron unos barcos que nunca llegaron. En abril, el invicto Caudillo proclamaba a la rosa de los vientos su gloriosa victoria, y se hizo la noche en España.

(*) Cofundador y expatrono de la Fundación Juan Negrín