Dos acontecimientos, unidos inseparablemente, queremos rememorar en este escrito. La posible beatificación de Mons. Romero, según ha trascendido en los medios de comunicación. Y el XXV aniversario de los jesuitas mártires de la Universidad UCA, en El Salvador. En el año 1980 asesinaron a Óscar Romero, Arzobispo de San Salvador y 9 años más tarde hicieron lo mismo con los profesores y rectores de la UCA, I. Ellacuría SJ e Ignacio Martín Baró SJ junto a 4 profesores y compañeros jesuitas más y una trabajadora con su hija. El motivo estuvo claro: su servicio y compromiso por la solidaridad, la paz y la justicia con los pobres de la tierra; con los pueblos crucificados por la desigualdad e injusticia en forma de miseria, pobreza, exclusión y, como consecuencia, la violencia. Aunque conocían las consecuencias y el peligro que conllevaba defender la vida y dignidad de las personas, de los empobrecidos, entregaron su existencia, toda su vida, al seguimiento de Jesús y a su proyecto de Reino de Dios, al amor, a la fe y a la justicia con los pobres de la tierra. Su martirio fue fruto de la negación u odio a la fe que, como toda fe cuando es verdadera, se realiza en el amor fraterno, paz y justicia liberadora, en la promoción y liberación integral de los pobres.
Mons. Romero y los mártires de la UCA reflejan el don de Dios, la santidad del amor que es constitutivamente público y social, que va inseparablemente unido a la lucha por la paz y la justicia con los pobres, frente a todo mal e injusticia. Es la santidad e inteligencia de la caridad política, esto es, el amor-caridad más amplia y social, más universal y transformadora de la realidad para que se vaya ajustando el Reino de Dios y su justicia. Mons. Romero y los jesuitas de la UCA colaboraron estrechamente, durante años, en todo este quehacer evangélico, eclesial y pastoral para que el proyecto de Jesús, el Reino de Dios y su amor, paz y justicia liberadora con los pobres: se fuera realizando en la realidad humana, social e histórica; con la esperanza que este Reino se culminará en la vida plena, eterna. Con Mons. Romero y los mártires de la UCA pasó Dios por la realidad socio-histórica, se realizó la contemplación e inteligencia en la acción por la justicia liberadora con los pobres. Y como Jesús, en su seguimiento, se realizó y encarnó la Iglesia más real, más fiel en la vida y realidad, en la verdad real del martirio por el amor y la justicia con los pobres, de la pasión e injusticia que sufren los pueblos crucificados por la opresión, el mal y la muerte.
Mons. Romero y los mártires de la UCA nos muestran la espiritualidad y vida teologal en Dios, en don del amor, de la fe y esperanza de que sí es posible servir, comprometerse y transformar la realidad, de que la salvación y resurrección, en la Pascua de Jesús Pobre y Crucificado, se va anticipando y realiza ya en la historia. La inteligencia de la fe y del amor que sabe discernir los signos de los tiempos en la realidad humana, social e histórica, en los pobres y pueblos crucificados por la injusticia que son signo, símbolo y sacramento real, del Divino Traspasado, de Cristo Pobre y Crucificado. Los pobres y oprimidos son los principales protagonistas de la realidad y de la sociedad-mundo, de la historia de la salvación, de la vida, misión y pastoral evangelizadora de la Iglesia.
Mons. Romero y los mártires de la UCA propusieron, transmitieron y pusieron en práctica, testimoniaron hasta dar la vida, la conocida como doctrina social de la Iglesia, encarnaron el pensamiento social cristiano que difundieron y profundizaron. Son mártires de la moral inspirada en la fe, del compromiso ético por la paz y la justicia con los pobres, de los derechos humanos y de un desarrollo liberador e integral que va realizando y profundizando todo este pensamiento y doctrina social de la Iglesia. Con sus enseñanza y claves de una espiritualidad, una ética y política de la vida, del bien común y de los derechos humanos; frente al egoísmo e individualismo, al pecado personal e histórico, el pecado socio-estructural y mal común, la opresión, desigualdad, muerte e injusticia que padecen los pobres. Una política y democracia más real con la participación y protagonismo principal de la sociedad civil, de los movimientos sociales y de los pueblos en la solidaridad y el bien común, en la justicia y la paz. En contra de la violencia estructural, la injusticia social-mundial e ideología del liberalismo economicista o neoliberalismo.
Una economía solidara y del bien común que tuviera, como finalidad primera, un desarrollo humano e integral en la satisfacción de las necesidades básicas de los pueblos. Con la primacía de la dignidad del trabajo, de los trabajadores y de las personas frente al capital, el beneficio y el mercado. Es una cultura de la solidaridad y de la pobreza evangélica. En donde el compartir y distribuir los bienes, de forma responsable con equidad, está por encima de la propiedad y de la riqueza, del ser rico que es insolidario e inmoral, del tener y consumir; frente al capitalismo que es por naturaleza perverso e inhumano. Esta civilización del trabajo y de la pobreza, en contra de la del capital y de la riqueza (del ser rico), va haciendo posible el desarrollo humano, ecológico e integral, la realización y la felicidad. Una vida con más sentido, más feliz desde el servicio, compartir y comprometerse por la paz, la solidaridad y justicia con los pobres. Todo ello es el legado de Mons. Romero y los mártires de la UCA que encarnan lo más sustancial, valioso y fiel de la Iglesia, de su tradición, enseñanza y doctrina social. Tal como está mostrando hoy el papa Francisco.
(*) Trabajador Social y Doctor en Ciencias Sociales. Profesor del Istic.