Y el señor Rajoy ahí subido. No solo literal sino, sobre todo, metafóricamente. No es que sea falso que la mayoría de los políticos son tan honestos como el resto de los ciudadanos. Es que mediante esa consideración el señor Rajoy tiene la suprema gentileza consigo mismo de presentarse libre de sombra de duda porque, al menos estadísticamente, él se integra en esa inocente mayoría. Ya con eso se construye un discurso artero y facilón. Como decía Antonio Machado -poeta que el otro día citó Monago, tan ligero de equipaje - es más difícil estar a la altura de las circunstancias que au dessus de la mêlée.

El problema del que prescinde Rajoy es que las investigaciones judiciales han demostrado que la corrupción no se restringe a un conjunto de casos aislados, aunque fueran numerosos, protagonizados por alcaldes y concejales. Certifican la actividad de una red de corrupción cuyo entramado relaciona ayuntamientos, diputaciones y Gobiernos autónomos con las finanzas del PP como organización política y agente electoral y esa red presenta rasgos sistémicos. Un hontanar de pasta negra tan caudaloso que hipotética, pero cada vez más convincentemente, podía pagar campañas electorales, reformas de locales y despachos y sobresueldos de dirigentes relevantes. El problema, tal y como recordó Pedro Sánchez, es que todos los gerentes y tesoreros del PP están imputados y el que durante más tiempo ejerció dichas funciones -con el beneplácito del propio Rajoy - se encuentra en prisión y estuvo cobrando una nómina estratosférica -amén de coche y secretaria- hasta tres meses antes de que lo entrullaran. El problema, en fin, es que a Mariano Rajoy no le queda una migaja de credibilidad que echarse a la boca y mascar en el Congreso de los Diputados. Casi vaciada de contenido deliberativo y muy restringido el participativo en una democracia representativa abierta en canal por la crisis, a Rajoy solo le valdría legitimarse a sí mismo con el recurso de una eficaz gestión de la economía y el desempleo. No es el caso. Su propaganda al respecto queda sepultada bajo la estruendosa gusanera de la corrupción.

Los únicos instrumentos verosímiles y eficientes contra esa cangrena democrática partirían de una reforma político-institucional de fondo y un incremento de los medios técnicos, organizativos y personales de la administración de justicia. Y eso no representa precisamente un incentivo para Rajoy y los suyos, sino una forma de suicidio. La mayor impugnación de su refitolero discurso de ayer fue la ausencia de Ana Mato en el banco azul. Ni una palabra al respecto. Y ese silencio tiñe de falsía y miseria política y moral todas sus palabras.