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Aprendiendo de nuestros errores

El científico y la verdad

2014 nos ha dejado algunas buenas noticias: después de varios años de recesión, la economía ha crecido y se ha creado empleo, aunque mucho sea de mala calidad y mal pagado. Pero no lo celebren con la vehemencia del gobierno, porque también hemos tenido datos muy malos.

No estaría mal recordar que nos encontramos -sí, todavía nos encontramos- en una crisis de deuda. La cuestión es cómo puede alegrarse el presidente del gobierno de la evolución de la economía en el pasado año, cuando el endeudamiento ha continuado creciendo. La relación entre la deuda pública y el PIB, bajo su mandato, no ha dejado de crecer, y a pesar de que, como consecuencia de la intervención de Mario Draghi en el verano de 2012, la prima de riesgo de la deuda española no haya dejado de bajar hasta cerrar el año en niveles históricamente reducidos. Ello implica una notable reducción del coste financiero unitario de la deuda; pero el volumen total ha continuado creciendo. Además hemos vuelto a tener un déficit por cuenta corriente, por lo que, después de haber reducido, en 2013, nuestra deuda exterior el pasado año volvimos a aumentarla. Ojalá me equivoque, pero si, tal y como prevén la mayor parte de los analistas, la economía española consolida su crecimiento en 2015, y la tasa de aumento del PIB se sitúa en el entorno del 2%, lo más probable es que en el presente ejercicio volvamos a necesitar financiación exterior. Año nuevo, más deuda pública y más deuda exterior: viejos problemas.

Plasmar la realidad no implica ser agorero, aunque es perfectamente comprensible que el gobierno y el partido que lo sostiene así lo consideren y hagan todo el proselitismo posible. Cuando escuchemos alabanzas a su gestión y a los resultados de sus políticas no olvidemos que estamos en año electoral. Primero locales y autonómicas; un ensayo y un test para la estrategia a desarrollar en los meses siguientes. A final de año, generales.

Si no cambiamos de políticas, difícilmente superaremos realmente los devastadores efectos de la crisis económica. Y eso no depende, ni solo ni fundamentalmente, de nuestro gobierno, que sí podría intentar liderar, junto a otros países, una estrategia para realizar cambios imprescindibles.

Se nos olvida que, en gran parte, la crisis fue una consecuencia de los efectos producidos por la creación del euro, con una arquitectura institucional defectuosa, incapaz de dar respuesta a un pequeño problema, como fue, en 2009/2010 la crisis de la deuda soberana griega, que terminó por contaminar a los países del sur, excesivamente endeudados.

Hemos avanzado poco en reformar la eurozona. Solamente parches que permitieron apuntalar el edificio cuando parecía que se venía abajo, como la creación del MEDE. Y se ha adoptado algún acuerdo para mejorar la solidez de la estructura, como la unificación bancaria que, no obstante, está muy lejos de ser real en la práctica. De momento solamente tenemos al BCE como supervisor único de los bancos comerciales con activos superiores a 30.000 millones de euros. Pero continuamos sin un sistema único de resolución, ni un fondo de garantía único. Tarde y mal.

La prueba de que lo actuado no ha servido realmente para solucionar los problemas es que Grecia -desde el máximo respeto: una pequeña economía sin significación alguna en el conjunto de la UEM- ha vuelto a quedar situada en posición de jaque, con el consiguiente efecto sobre algunos mercados financieros, como los de renta variable. Otra vez, Grecia como problema. No lo tomen en serio, por favor. Grecia ni fue un problema entonces, ni es un problema ahora, el problema real es el conjunto de la UEM.

Quienes apostaron por la salida de Grecia del euro, y la posible desaparición de la moneda única, se han equivocado. Hoy nos parece que el euro está consolidado. Pero una cuestión muy distinta es saber cuándo seremos capaces de salir de esta situación, con estancamiento, altos niveles de desempleo, y seria amenaza de deflación, sin reformar profundamente la UEM. No tengo la más mínima esperanza de que, a corto plazo, vayamos a hacer lo debido, así que: año nuevo, viejos problemas.

No solamente hace falta reformar institucionalmente la UEM, además es necesario acabar con el mantra de las políticas de austeridad. ¿Volvemos a Grecia? Después de las altas dosis de esa medicina a las que la han obligado la troika, ¿cuál ha sido el resultado? La magnitud de la recesión vivida por Grecia en los últimos años tiene pocos precedentes, si es que los tiene, en un país occidental, integrado en una unión monetaria con países como Alemania y Francia. El FMI ha tenido que reconocer que infravaloraron los multiplicadores fiscales de Grecia y que los daños causados son muy superiores a los previstos.

¿Cuántos años tenemos que seguir con las políticas de austeridad para comprobar, año tras año, que no da los resultados deseables? ¿Hay alguien en la troika que pague por sus errores?

Lo gracioso es que haya quienes teman que Syriza pueda ganar en Grecia, que Podemos tenga las expectativas de voto que dicen los estudios demoscópicos o que el Frente Nacional fuera el partido más votado en Francia en las últimas europeas. Los ciudadanos están hartos. Eso no quiere decir, por supuesto, que estos partidos tengan una oferta que mejore la situación. Pero los ciudadanos, que están sufriendo las consecuencias de tanto error, están en su derecho de elegir lo que consideren mejor a sus intereses.

Las reformas estructurales son imprescindibles (el presidente del gobierno tiene la oportunidad de ver un catálogo importante de muchas que son necesarias en el estudio Crecimiento y competitividad. Los desafíos de un desarrollo inteligente, que hicieron público, en diciembre último, la Fundación BBVA y el IVIE). Pero ellas no nos sacarán a corto plazo de la crisis, aunque sí nos harán más competitivos a largo plazo. Adoptar medidas estructurales, además, es complejo porque afecta a agentes que ostentan situaciones de privilegio. En año electoral, olvídense: mejor no hacerse falsas expectativas.

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