La Provincia - Diario de Las Palmas

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Lo que hay que oír

A mí háblame en billetes

La excelente película Truhanes tiene una secuencia en la que el estirado y delincuente personaje que interpreta Arturo Fernández va a comprar al encargado de un desguace un tríptico de una iglesia, robado en Zamora, para luego traficar con él. "Costó trabajo sacarlo", le confiesa el vendedor Jiménez, mientras Arturo examina la obra con ojos de experto codicioso. Por fin, dictamina en un susurro: "Siglo XIII, calculo". Entonces, ajeno por completo a cronologías y dataciones artísticas, Jiménez se inclina hacia su cómplice, aprieta los dientes y le espeta tan claro como rencoroso: "Yo nací en una chabola de El Pozo. ¡A mí háblame en billetes!"

Recordé tan acertada, acerada y acerba réplica al leer el reportaje de Antonio Ortí, "Entre la economía y la autoayuda", publicado por el Magazine de Prensa Ibérica no hace mucho. Entre otras cosas, cuenta Ortí que el oscurantismo de los lenguajes financieros, económicos y bursátiles (pues, al parecer, hay encima que diferenciarlos) ha dado lugar a anécdotas como la que relata el profesor Leopoldo Abadía: "Hace poco me llamó un profesor de Economía amigo mío, que enseña a chavales de 14 años, para que le ayudara a traducir una frase que no entendía y que, más o menos, era: 'Las economías de consolidación se compensan con las economías de desagregación', y riéndose me dijo: '¿Me lo explicas?' Y le tuve que contestar que se lo iba a tener que explicar su tía". Aunque no soy la tía de Abadía, voy a traducirlo yo tan ricamente, con ayuda del Diccionario de la RAE: "Cuando el conjunto de bienes y actividades que integran la riqueza de una colectividad o un individuo convierten un crédito o una deuda provisional en definitiva y estable, se compensan con el conjunto de bienes y actividades que integran la riqueza de una colectividad o un individuo que separan o apartan". ¿Lo han entendido ustedes, queridos lectores, ahora? Seguro que no, que tampoco, que ni antes ni con mi explicación ahora. Y es que de eso se trata.

Para cumplir los propósitos de quienes nos esquilman, el léxico financiero, o sea, el "perteneciente o relativo a la Hacienda pública, a las cuestiones bancarias y bursátiles o a los grandes negocios mercantiles", tiene que mostrarse oscuro y enigmático e impenetrable ante quien va a sufrir sus demoledores efectos, en forma de recortes, comisiones, tasas y sablazo a su bolsillo en general. El esquilmador nos habla, sin que de su cara dura se le mueva un músculo, de externalización, terciarización, encriptación, titularizar, activo circulante, "fixing", fondo de amortización, "modelo Black-Scholes", TIR, FED, FRA, LIBOR, divisa de la emisión, bonus cupón-cero, lote de acciones, OPA de exclusión, valor nominal, valor intrínseco, valor futuro, valor negociable, valor efectivo, valor cotizado... y mil términos más que solo entienden ellos o que ni siquiera tienen significado transitivo (como creo haber demostrado en mi traducción, en el párrafo anterior), pues no se trata de que el común de los mortales los entendamos sino de que los acatemos. Si en la ventanilla del banco le pregunto al probo empleado por qué me han quitado un euro de mi cuenta, nunca me responderá: "¡Coño, qué pregunta! Porque así, eurito a eurito, se financian las tarjetas opacas y más negras que el sobaco de un tordo, y se blindan los beneficios que se llevan por la cara los mangantes que levantaron el tinglado. Parece usted tonto del haba". No, porque lo despedirían. Por el contrario, me contestará muy profesional: "Es por la tasa de implementación comisionionaria del ITF aplicado a la porcentualibilidad base del DROP". Y uno abandona, se va a su casa cabizbajo y cuando le preguntan qué le dijeron en el banco, si le hablaron en billetes, si se enteró de por qué había volado el euro, dice: "No lo recuerdo bien. Algo así como tin morín de dos pingüés, cúcara, mácara, chíchara fue. Pero del euro, nada". Eso es lo que hay.

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