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Cada cosa en su sitio

El test de Podemos arranca en Grecia

El test de posibilidades de Podemos ha empezado en Grecia. La victoria electoral de Syriza pone en marcha la viabilidad ejecutiva de los movimientos radicales nacidos de la crisis que precipitó el fracaso de los partidos hasta ahora gobernantes en el sur del Europa. La primera lección será el modo de constituir la mayoría estable que solo han rozado las urnas, aún con el sistema de proporcionalidad reforzada que regala cincuenta escaños al partido más votado (premio inexistente en el sistema proporcional español). Y en el caso de consolidarse la mayoría de Tsipras sin necesidad de pactos, la segunda lección estará en la gobernabilidad del país con una oposición a su vez radicalizada, que ha sido causa de quiebras institucionales (el vacío en la jefatura del estado, por ejemplo) y de la escalada de la deuda después de dos rescates inútiles por emplazar en corto las reformas que sumen en la pobreza severa a un tercio de la población.

Otra lección será la de la acción de gobierno y su capacidad negociadora en el seno de Europa, o el rápido desgaste de la esperanza si no se concilia la recuperación social con el cumplimiento de las condiciones mínimas del apoyo comunitario. Los meses que separan las elecciones griegas de las generales españolas influirán profundamente en los índices de confianza en Podemos, por la praxis de realidad de una teoría obligada a mostrarse viable en una Europa todavía gobernada por mayorías conservadoras o pactos de estado que solo fraguan en los límites de la centralidad. Los líderes de las opciones tradicionales coinciden en marcar grandes distancias entre Grecia y España, pero a partir de este momento esas diferencias se reducen a un verbalismo dialéctico cuya verificación dependerá del día a día del gobierno encabezado por Tsipras.

Y otra lección decisiva va a dimanar del principio mismo de centralidad que las áreas del desarrollo han consolidado en los reflejos de las mayorías europeas, mucho más fuertes que las reacciones extremadas. Centroderecha y centroizquierda siguen polarizando el espectro político con opciones de gobierno estable, reformador y respetuoso de la igualdad apoyada en las clases medias, que no encaja en el izquierdismo radical ni tiene su mejor expresión en el saludo puño en alto.

Pablo Iglesias lo ha visto claramente tras los primeros desahogos, pero antes de que pueda ratificar su sinceridad lo harán por él Syriza y Tsipras en la nueva Grecia. En el lapso que se abre hasta noviembre (o hasta que se convoquen las generales españolas, tal vez más tarde) estará la prueba definitiva de absorción en el sur de Europa de un izquierdismo radical y rompedor, o heredero de los compromisos comunitarios de un país que ha sufrido mucho pero no ha resuelto los errores y corruptelas de sus comportamientos, más parecidos a los españoles de lo que quisieran los centrados, cuya responsabilidad es incuestionable.

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