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Tropezones

¿Hace falta Dios?

Aunque a Newton le debemos deslumbrantes revelaciones científicas sobre las leyes naturales que rigen el movimiento de los astros, lo que realmente le molaba a D. Isaac era la religión. Como que se pasó tres cuartos de su vida dedicado al estudio de la teología e indagaciones sobre las pruebas de la existencia divina.

El filósofo coetáneo francés Blaise Pascal, tampoco era manco a la hora de maravillarnos con sus descubrimientos científicos, o incluso mundanos; piénsese que fue el pionero de los taxis, con su alquiler de tartanas en París, y precursor de las máquinas calculadoras, con sus famosas "pascalinas", además de abrirnos con su amigo Fermat el mundo del cálculo de probabilidades. Pero lo que realmente le obsesionaba era también la existencia del Dios supremo, esperándonos (o no) al final de nuestros días. Tanto es así que nos legó, haciendo uso de sus conocimientos matemáticos, el famoso dilema de "La apuesta de Dios". Ya saben, que si existe Dios y creemos en él, en la apuesta a su favor nos jugamos la eternidad. Por el contrario, si no existe, nada habremos perdido. El envite está claro.

Y viene esta introducción a cuento del enfoque de otro científico de nuestros días, que al proclamarse ateo, altera un poco las premisas de nuestro futuro, que se torna tan oscuro como los famosos agujeros negros.

Me refiero a Stephen Hawking, que en unas declaraciones recientes afirmaba taxativamente que merced a sus teorías, que además se iban revelando como ciertas a medida que avanzaba la ciencia "no hacía falta presuponer una existencia divina para explicar el universo". Efectivamente, sus enunciados sobre el "Big Bang", aderezados con sus ondas gravitacionales, de presumible inminente confirmación, hacía innecesaria en su opinión, cualquier elucubración sobre intervenciones divinas.

En un reciente congreso de astrofísica en Canarias sus explicaciones, trasladadas por un dispositivo que transformaba sus enunciados en una sobrecogedora letanía metálica de ultratumba causaron un impacto incuestionable.

Pero claro, en el cara a cara post-conferencia, la pregunta evidente, que no dejó de serle hecha al científico, fue: "¿Pero bueno, aunque tengamos un big bang que explica el origen del universo, qué había antes del cataclismo?"

La respuesta del científico no fue tal pues echó mano del humor inglés que le caracteriza, para salirse del atolladero. "Con Ud. son ya treintamil las personas que me han planteado esta pregunta". Claro, como no es elegante interrumpir unas risas empecinándose en la pregunta, se cambió de tercio.

¡Pues Mr. Hawking, contabilíceme por favor como el preguntante número treintamiluno!

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