La semana va repleta de decisiones femeninas o de ausencia de las mismas. El lunes Susana Díaz anunció la convocatoria de elecciones anticipadas en Andalucía. O lo que es lo mismo, queridos adversarios políticos, ejerciendo las competencias que me da el cargo, os voy a coger a todos con el paso cambiado el 22 de marzo, y después veremos. Han llovido las críticas, de diestra y de siniestra, pero dejando aparte legítimas ambiciones personales, si el PSOE quiere sobrevivir más allá de las contingencias actuales, necesita levantar a su electorado, necesita ilusionarles, y nada mejor para eso que el bálsamo andaluz. Después aconteció el nuevo gobierno griego, extraño ya en sus alianzas, pero más extraño todavía en su formación: ni una sola mujer ministra. Y a ellos, a los griegos, parece que no les importa mucho, así les ha ido y así les va. Hace mucho tiempo que la izquierda, francesa y española en especial, descubrió que la única forma de acabar con la discriminación de la mujer en política y en la vida, eran las cuotas y la discriminación positiva. Eso hasta lo aprendió Aznar: primera mujer presidenta del congreso, del PP, primera mujer presidenta del senado, del PP (el PSOE no fue capaz de hacerlo en los casi ocho años de ZP, a pesar de sus gobiernos paritarios.) Y en medio de todo esto, el martes se apareció como si tal cosa, en el programa de TVE La noche en 24 horas, la vicepresidenta del gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría. Recuerdo muy bien cómo y cuándo la conocí, hace ahora más o menos quince años. Fruto de mis responsabilidades de entonces, me encontraba en el palacio de la Moncloa, mi señorito despachaba con Rajoy, y yo con mi homólogo, Paco Villar, prematuramente desaparecido, a la sazón jefe de gabinete del entonces vicepresidente del gobierno de Aznar. Me llevó a su despacho, tomamos un café y me dijo "¿te importa que llame a una asesora que acabamos de incorporar? Así me das tu opinión?" Y apareció Soraya, con una libreta y un bolígrafo, dispuesta a despachar conmigo y con su jefe cuando se trataba sólo de pasar el rato. Estaba en la guardia de la eficacia permanente, por eso ha llegado tan alto, y lo que le queda. Me reservo la opinión que le di al amigo Villar. Creo, sin embargo, que cuantas más mujeres en responsabilidades políticas, mejor, pero mujeres libres, sin jefes/maridos detrás que les chantajeen. Nos iría muy bien.