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La casta y la Susana

Al contrario que las zarzueleras, estas dos se llevan mal. El presidente del gobierno español y la presidenta del gobierno andaluz se lanzan venablos a cuento de las elecciones anticipadas en el feudo de la segunda, que elevan a cuatro las emplazadas en el año que comienza. La morena casta que tiene a Rajoy como emblema y la rubia señora Díaz en su rol califal, poco tienen de castizas. Tampoco son hijas del pueblo de Madrid ni sabrán darnos el opio con un pizco de gracia. Sus actos son ondas de la piedra arrojada por Podemos en la quietud lacustre de la política española, donde el abuso partitocrático, la corrupción y la guillotina austericida han amormado al pueblo. Con sus fallos y déficits, la única alegría escrutable es la de Pablo Iglesias y su grey. También ocurrió en 1982 con el PSOE, cuando la caricatura de golpe del 23-F nos había dejado recelosos y contritos.

Susana Díaz gestiona sus propios intereses sin demasiados miramientos, no ya para los adversarios sino para el socialismo español en su más complicada coyuntura. Es corrosivo el juego de medias tintas, ambigüedades y "no pero sí" que se trae con Pedro Sánchez, el Julián que a estas alturas de la verbena todavía no se ha ganado el corazón de la Susana. Muy bueno para el morbo lírico pero malísimo para un líder que hasta hace menos de un año era un perfecto desconocido. Las estrategias de conocimiento e imagen han progresado mucho. Como diría Don Hilarión, "hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad. ¡Una brutalidad! ¡Una bestialidad!" Pero el proceso de la confianza es mucho más lento y a Sánchez se lo sabotea su propia familia.

La casta del PP sigue echando pestes contra la catalana con argumentos de peso. Las elecciones anticipadas, o "plebiscitarias" según sus convocantes, sirven a una tercera parte de la sociedad autonómica e ignoran a los restantes dos tercios, que podrían cauterizar por mucho tiempo la hemorragia soberanista si Rajoy y su gobierno entendieran que los "noes" apriorísticos sabotean el diálogo. Lo que nos queda por ver en el cambio que, si Podemos no lo encharca, está en proceso (llegue, o no, a gobernar) forzará más incursiones en el texto constitucional que las de un modelo de estado que ha dejado de funcionar, como ilustran los casos de Andalucía y Cataluña, primeros pero no últimos efectos de la lente deformante que han sido las autonomías. No bastan elecciones para arreglarlo, pues, como cantan en la genial zarzuela, "¡Buena está la política! ¡Sí, sí, bonita está!"

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