Existe una reflexión del escritor español Pedro Calderón de la Barca que dice que "el valor es hijo de la prudencia, no de la temeridad", y con la que estoy totalmente de acuerdo, pues creo que la valentía alocada jamás puede competir con la razón. A veces, la persona que es demasiado valiente puede volverse temeraria y al contrario, quien es demasiado prudente puede volverse cobarde. En el primer caso, un buen ejemplo de lo que digo le sucedió a un buen amigo mío (tristemente ya fallecido) por meterse donde no le llamaron, siendo ambos aún muy jovencitos. (pipiolillos). Diego (nombre ficticio pero persona real), mi amigo entrañable y recordado, era delgado como un alambre (flaco como una verguilla), un poquito torcido (cambado) a la derecha por culpa de una lesión lumbar, un mucho prepotente (sabedor), a veces torpe (tronco, rebenque), bastante curioso (novelero), en algunas ocasiones pesado (cho plomo), muy nervioso (fosforito), atrevido (farruco), algo echado para delante (echón, echador), alegre como unos carnavales, y tan buena persona que se desvivía (pirraba) por hacer favores a los demás sin esperar lo mismo a cambio, aunque sí exigiendo amistad leal. Éramos uña y carne desde el colegio, así es que un día, ambos, en nuestra maravillosa playa de Las Canteras nadábamos hacia la barra felices y despacito (al golpito), pero, despistados hablando y riéndonos de nuestras cosas, no nos dirigimos (echamos) por donde sabíamos que no había erizos y así nos enfrentamos de pronto a una encerrona para poder saltar a la barra.

Un charco largo y enorme lleno de erizos se presentó delante de nuestros horrorizados ojos, que servidora no me atreví a salvar por miedo a esos bichos, pero Diego, para quitarme el temor y me decidiera a lanzarme con él a dar el rebote, quiso demostrarme su valor (agallas) como un supermán diciéndome que "aquello" era pan comido y, ni corto ni perezoso sino todo lo contrario porque siempre le gustó ser protagonista (el berro en el potaje), saltó (brincó) con tan mala fortuna que sus pies posaron el musgo resbaladizo y húmedo de la barra, cayendo de espaldas al hoyo de erizos, dándose además un buen golpe (toletazo) en la cabeza (achocadura) más un bulto en la frente (chichón) que lo dejó más feo que una mala palabra y quieto como un muerto (encallado).

Lo peor fue la abundancia (espichamiento) de púas que se le clavaron sin fundamento aquí y allá por todo su cuerpo (pensé que ojalá hubieran sido caracoles [chuchangos], por lo de las púas) y todo ello dejándolo sin fuerzas (desmangallado) para regresar a la orilla pues el desmayo (soponcio) ya lo tenía cerca debido al frío (pelete) que le estaba entrando y que lo había dejado color violeta (añil, morado). Lo ayudé como pude a llegar a la orilla, y de allí ambos para su casa, ¡y rian p'al puerto!, porque Diego, al verse escarmentado (escaldado) y como un zapato viejo (chanclo), se desmoronó (se desborrifó como un queso tierno) yéndosele el ánimo a pique como el Valbanera.

Y así acabó nuestro gran día de playa que se nos vislumbraba maravilloso. Y es que, queridos lectores, aunque esto que les he contado les parezca una tontería (machangada), no lo es tal, porque para ser valiente hay que saber lo que se hace para no fallar... a no ser que se esté ebrio (templado como un requinto), que ese ya es otro cantar. Ay, Señor, qué cosas...

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