En el libro Los cínicos no sirven para este oficio Ryszard Kapuscinski cuenta que empezó a escribir por razones éticas: "Sobre todo porque los pobres suelen ser silenciosos. La pobreza no llora, no tiene voz. La pobreza sufre, pero sufre en silencio". El periodista polaco recorrió África, Asia y Latinoamérica escuchando a la gente, sus reportajes y sus libros nacían de los testimonios de los seres anónimos que hacen la historia.

El apasionado siglo XX se podía contar lejos de los despachos enmoquetados. En una de las entrevistas que se recogen en el citado libro dice Kapuscinski que las relaciones entre el periodista y el poder son complicadas y que "en general, cada pedacito de nuestra independencia exige una batalla".

El sábado pasado se nos fue uno de los grandes referentes del periodismo canario. De ese periodismo de reportajes tan distinto al cansino periodismo de declaraciones oficiales que predomina en este siglo XXI. Adolfo Santana era alérgico a entrevistas en despachos. Su periodismo fue un trabajo de campo, en los campos de fútbol y en los que florece el almendro de su Valsequillo natal.

No valía Adolfo para copiar y pegar una nota de prensa o para esperar en una redacción a que se le pusieran al teléfono el consejero de Seguridad y Emergencias para saber por dónde va el incendio. Lejos de las fuentes oficiales, quién mejor para conocer dónde están las llamas que un pastor de la cumbre o el hombre del bar que está junto al barranco. Y esas eran las fuentes de Adolfo Santana.

Muchos lo llamábamos el maestro, un título difícil de lograr en una profesión donde es más fácil llegar al estrellato ejerciendo de catedrático de la infamia o de columnista de la corte. Se ganó el título con sus reportajes en el Diario de Las Palmas y en el Canarias 7, donde demostró que los buenos cronistas encuentran la noticia sin salir de su barrio o de su pueblo, no hacen falta ni notas de prensa ni que caigan bombas del cielo para encontrar una historia que le interese a la gente. En su blog Después de viejo (adolfosanta.com) tenemos uno de sus últimos reportajes: "Desgraná de recuerdos en cuevas de Cuba". En esos días en los que la enfermedad le daba tregua Adolfo Santana se fue con sus amigos Miguel Ricarte y Elías González a casa de la familia Suárez, y allí vivió con ellos una desgraná. Una vez más la gente sencilla se convertía en protagonista de la historia: la matriarca Angelita, el vecino Fermín Mireles que prestó la máquina para desgranar doscientos kilos "del buen millo del país", Jeremías, Juan, Benito, Senén... Adolfo Santana fue el promotor de esa desgraná porque quería escribir un reportaje de tradición y fiesta "con Ricarte con el timple a la zurda, Maricela con el tambor, Kevin con la guitarra y Juan Alexis con otro timple".

La madrugada del sábado el Rancho de Ánimas de Valsequillo se acercó al tanatorio de Las Rubiesas a despedir a su mejor cronista. Allí cantaron al alma de Adolfo. Me decía su compañera Nieves: "Este jodío estará allá arriba escribiendo una crónica, riéndose de nuestras caras tristes". A mí no me extraña que mientras sonaban las voces tristes del rancho de ánimas, ya Adolfo estaba montando una fiesta con Eduardo Millares, Cho Juáa (que le hizo la tarjeta de su boda con Nieves y el retrato que Adolfo puso en su Facebook), también me lo imagino preguntándole a Panchito el alfarero o a María Guerra si el barro de allá arriba es más bueno que el de La Atalaya, o pidiéndole perdón a Eliítas el poeta porque la parca no le dejó terminar el libro. Seguro que también le habrá propuesto a Nanino montar un Tenderete celestial aprovechando que Valentina y José Antonio Ramos también vive en ese barrio (Pepe Luján se encarga de los enyesques), y ya se habrá puesto a escuchar el último chiste de Sergio Correa mientras Florido sonríe con aquel semblante noble que nos regalaba cuando vivía aquí abajo. Qué cosas, maestro Adolfo, en el tanatorio de Telde la gente tragándose las lágrimas mientras escuchaba al rancho de ánimas de Valsequillo, la juventud escribiendo sentidas crónicas apresuradas sobre tu marcha (Chema, Pepe, Noelia, Gaumet...) y tú allá arriba con la mochila cargada de tu socarronería montando una jarana con todo ese gentío. Dios los coja confesados.

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