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65º Festival de Cine de Berlín 'Nadie quiere la noche'

De la luz a la negra intimidad

El filme Nadie quiere la noche, número once en la filmografía de la directora Isabel Coixet y número diecinueve en la del productor, Andrés Santana, se eleva hacia las más cotas más altas no por un giro del guión. La película empieza a hablar con voz fuerte y profunda tras la aparición en escena de una actriz a la que los periodistas, durante esta fase inicial de promoción, todavía no han dado la importancia que merece. La japonesa Rinko Kikuchi, presente estos días en Berlín, afronta una labor de alto riesgo: hacerse creíble como una mujer inuit, pueblo con la que acaso solo comparte algunos rasgos físicos. Si Kikuchi exhibiera la más mínima falla en su interpretación, la película se caería. Pero no lo hace y automáticamente la eleva hasta lugares que hasta ese momento no había alcanzado. Nadie quiere la noche es una película sobre dos mujeres a solas en más negra nada con otro filme anterior adosado que prepara al espectador para que comprenda lo que eso significa. Con su entrada en escena, la japonesa, que ya trabajó con Coixet en Mapa de los sonidos de Tokio (2009), da paso a una película nueva, diferente.

Juliette Binoche interpreta a la exploradora Josephine Peary con el magnetismo de las grandes actrices. No voy a descubrir nada nuevo de su poderío. Me enamoré de ella con dieciocho años viendo Mauvais sang (Leos Carax, 1986) en los cines Alphaville de Madrid el primer año de carrera. Ella misma ha afirmado que cada película que hace la transforma, incluso físicamente. Lo ha hecho todo, desde cine radical a 'blockbuster'. Su imagen en el cartel del Tres colores: Azul (Kieslovsky, 1993) es el icono del cine europeo en las postrimerías el siglo XX. En Nadie quiere la noche está igualmente brillante, por momentos excepcional.

Asisto a la ceremonia de inauguración de la 65º edición del Festival Internacional de Cine de Berlín en el Berlinale Palast, entre el oropel algo ridículo de estrellas televisivas locales ametralladas por los mismos paparazzi que retratara Federico Fellini en La dolce vita (1960); autoridades municipales, federales y de la Unión Europea que lanzan solemnes discursos; y con la gente del cine -cómo no- como principal gancho. En el jurado nada menos que el director Darren Aronofsky (El luchador, Cisne negro) y los productores Martha De Laurentiis (Hanibal), Claudia Llosa (La teta asustada, No llores vuela), Matthew Weiner (Mad Men). Hay mil seiscientas personas en la sala. La gala la conducirá brillantemente Anke Engelke. Tras la gala habrá cena y fiesta. Coixet compite en la Sección Oficial del festival con nombres de la talla de Terrence Malick, Pablo Larraín, Benoit Jacquot, Andreas Dresen, Peter Greenaway y Patricio Guzmán.

Nadie quiere la noche puede leerse desde la perspectiva de dos filmografías, la de Isabel Coixet y la Andrés Santana. Expresado con total propiedad, es "una película de Andrés Santana, dirigida por Isabel Coixet y escrita por Miguel Barros". Fue la propia directora la que tras el pase inaugural llamó al escenario al productor Andrés Santana, quien a través del guionista Miguel Barros se limitó a decir "muchas gracias" a la audiencia. El de Las Lagunetas lo estaba disfrutando. Santana, Barros y Coixet, son los tres nombres fundamentales del filme. El resto lo logra el sobresaliente trabajo de los actores (incluido Gabriel Byrne, que también está en la capital alemana) y el del equipo técnico, especialmente en dirección de arte (Alain Bainée), fotografía (Jean-Claude Larrieu), maquillaje (Sylvie Imbert) y peluquería (Paco Rodríguez). Debe considerarse que la barcelonesa residente en Nueva York ha pasado de inaugurar el Festival de Cine Español de Málaga en 2014 con Ayer no termina nunca a la Berlinale en 2015 con Nadie quiere la noche.

Desde la perspectiva del cine de la barcelonesa, Nadie quiere la noche se asimila a filmes como La vida secreta de las palabras (2005) y Elegy (2008). La primera por la voluntad de desgarro en filmes desarrollados en lugares extremos, allí en un plataforma petrolífera en medio del océano con los desastres de la guerra de los Balcanes de fondo. A la segunda por una excelencia técnica y actoral que no tiene nada que envidiar a las mejores películas del circuito mundial. Nadie quiere la noche planea, además, por uno de los temas recurrentes de su cine, la intimidad, desarrollado magistralmente en Mi vida sin mí (2003). Cómo -o quienes- somos cuando estamos solos -o vamos a quedarnos solos-, cómo nos revelamos en los más imperceptibles actos cotidianos.

Es irrebatible, como apuntó Santana hace meses en una entrevista en este periódico, que la directora de Nadie quiere la noche debía ser una mujer. Y Coixet es una gran elección. La propia directora se encargó de frenar con diques de contención elementos melodramáticos del guión. También huyó de que la película pudiera quedar calificada con la reduccionista etiqueta de una película "de mujeres". Una de las decisiones que tomó transformando el guión de Miguel Barros fue, precisamente, cambiar la voz que acompaña el relato, que Barros había escrito como del personaje de Josephine Peary, por una voz de hombre. Sabia Coixet. El guión de Barros es ciertamente excepcional en lo que se refiera a la sutil transformación que describe en los personajes femeninos principales, seres delicados en la situación más extrema. Esos momentos finales con una fotografía a medio camino entre el naturalismo y la inspiración romántica son sublimes. El no va más de la hondura es cuando en los créditos del final se narra la rivalidad entre Robert Peary y James Cook por demostrar quién fue el primero en llegar al Polo Norte. A continuación, el texto explica como estudiosos posteriores dudan de que ni uno ni otro lo hubiera logrado. Las risas entre el público disimulan su consternación.

En el cine de Andrés Santana, Nadie quiere la noche iguala -a día de hoy- el hito que lograra en 1997 con Secretos del corazón (Montxo Armendáriz) en este mismo festival, cuando se llevó para su oficina de la calle Alfonso XIII en Madrid la obtención del prestigioso premio Ángel Azul de la Berlinale. Un año más tarde, el filme competiría en los Oscar de Hollywood. Hay tres grandes ciclos en el cine de Santana como productor. El primero abarca desde su primer filme como productor, Lluvia de otoño (José Ángel Rebolledo, 1989) hasta Segundo asalto (Daniel Cebrián, 2005). Son películas realizadas en el contexto de un creciente prestigio del cine español, con nuevos talentos que habían incorporado desde finales de los 70. La sociedad entre las productoras Aiete y Ariane (la primera de Imanol Uribe, la segunda de Santana) es un referente de calidad en los créditos del cine español de los 90, con picos como la mencionada película de Armendáriz, El rey pasmado (Imanol Uribe, 1991), Días contados (Imanol Uribe, 1994) y Mararía (Antonio José Betancor, 1998), su gran homenaje a las Islas. La dificultad para financiar cine que trajo el cambio de siglo dio un vuelco al modelo anterior. Entre 2005 y hasta 2011 en que estrena Blackthorn. Sin Destino (Mateo Gil, 2011), Santana navega sobre aguas turbulentas, se decide más por el cine que puede hacer que por el que desea rodar. En este nuevo contexto, Santana centra su mirada más en Canarias. Así, filmes como La caja (Juan Carlos Falcón, 2006) se suman a nuevos documentales, género que también había probado con Después de tantos años (Ricardo Franco, 1993). El último truco (Sigfrid Monleón, 2008) y Ciudadano Negrín (Sigfrid Monleón, Carlos Álvarez, Imanol Uribe, 2010) son los más destacados.

El tercer ciclo del cine como productor del francotirador Andrés Santana es una resultante de los dos anteriores. Lo inaugura Blackthorn. Sin destino y lo continúa esta Nadie quiere la noche. A pesar de las extraordinarias dificultades de financiación, parece que el canario ha encontrado la fórmula mágica para volver a los proyectos más ambiciosos, esta vez internacionales, rodados en inglés y para un público sin fronteras. Películas, como el mismo gusta decir, "conmovedoras, con sentimientos, hechas con el corazón". En Blackthorn nos llevó de viaje a Bolivia, en Nadie quiere la noche nos descubrió el Polo Norte. Siempre hay aventura. ¿Cuál será su próxima conquista? "La próxima será mi última película", fue el anuncio de Santana en la entrevista publicada en julio pasado en este mismo periódico. El objetivo está ya fijado, el punto de mira calibrado, ahora solo falta que el productor, uno de los grandes del cine independiente europeo, logre despejar los restos de maleza que impiden que el disparo sea del todo limpio.

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