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A la intemperie

Suerte

La Deuda, con mayúsculas, merecería ser un bicho perteneciente a la mitología griega. De hecho, parece el monstruo resultante del ayuntamiento carnal contra natura entre los poderes financieros y las autoridades políticas: una especie de Minotauro adicto a la carne humana y al que es preciso echarle de comer cada día cientos de ancianos, de jóvenes o de personas de edad media de las que no deja ni los huesos. En ocasiones devora familias enteras, se traga al padre y a la madre y a los hijos mayores y a los recién llegados, que agitan con desesperación sus brazos y sus piernas diminutas en el cestillo de mimbre.

La Deuda recorre con su apetito insaciable el laberinto mental llamado Europa arrojando a la desesperación y a la pobreza, cuando no a la muerte, a quien se cruza en su camino. Podemos ver a sus víctimas en las escaleras del metro, sorbiendo un café con leche de máquina; en el interior de los cajeros automáticos, huyendo del frío; en las colas de la beneficencia, esperando un cartón de leche o un quilo de garbanzos... Son también sus mártires los obreros cuyo salario no llega a fin de mes; las familias que no pueden encender la calefacción; los estudiantes sin beca; los ancianos sin pensión; los enfermos sin medicamentos; los arrojados a la dura intemperie por los fondos buitres? La Deuda deja tras sí un reguero de sangre y destrucción. Pero cuanto más le entregas, mayor es su apetito, como se desprende de la situación de los países que se han comprometido ingenuamente a saldarla.

La Deuda provoca tal pánico en los gobiernos que cuando la escuchan gritar "más reformas" se aprestan a modificar las constituciones, a despedir a médicos y a profesores, a abolir conquistas, a privatizar sectores estratégicos... Como pollos sin cabeza, los presidentes, los ministros y los subsecretarios corren de un lado a otro suprimiendo derechos adquiridos, imponiendo tasas, arbitrios, cargas impositivas, sacrificios de sangre. Ahora hay un ministro de economía griego, conocedor de la mitología clásica, que parece dispuesto a meterla en cintura. Un Teseo contemporáneo, en fin, sin otro hilo de Ariadna que el de su razón, al que deseamos toda la suerte del mundo.

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