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Música Orquesta Maestro Valle

Alarde de vitalidad y alegría de la orquesta universitaria

Colmado hasta la bandera, el Paraninfo dio marco a un jubiloso concierto de la Orquesta Universitaria Maestro Valle, creada y dirigida por José Brito en el seno del Vicerrectorado de Cultura de la ULPGC. Con más de 70 instrumentistas (40 cuerdas entre ellos), el programa Latinoamérica fue una cita sinfónica en toda regla. Muy jóvenes en su práctica totalidad, estos músicos desinteresados e idealistas explicaron brillantemente la lección del entusiasmo en un clima de entrega sin posible parangón. Con entradas de bajo precio, el destino de la recaudación fueron dos ONG: Canarias con Honduras-Acoes y Solidaridad Médica Española en el Amazonas boliviano. El infatigable director-compositor-violinista, que también gestiona en las islas el gran proyecto Barrios Orquestados con donaciones privadas (sin ayuda pública alguna), demostró no solo idoneidad y saber, sino también la fuerza de transferir vocación y autoexigencia a un colectivo de intérpretes de formación académica que, en poco tiempo, puede ser una sólida alternativa orquestal de la cultura canaria, marcada siempre por el instinto de la música.

La sesión tuvo contenidos didácticos confiados a un culto profesor y excelente comunicador, el oboísta Ramón García, vinculado a las Escuelas Municipales. Armado con cuatro creadores americanos, el programa tuvo su plato fuerte en la Suite de cuatro danzas del ballet Estancia, del argentino Alberto Ginastera. La versión de esta difícil escritura sobre plantillas rítmicas complejas fue muy estimulante por la vitalidad, la energía, el sentido del contraste y el colorismo tímbrico. Había sido precedida por tres páginas de Astor Piazzolla, también argentino: la elegante ligereza de Libertango, el misterioso y mitológico Oblivion (con la magnífica acordeonista Arancha Aguirre en los solos) y el primer movimiento del muy difícil Concierto de nácar, para noneto y orquesta.

Del tango pasaron a la espectacular Conga del fuego, del mexicano Arturo Márquez, autor igualmente de un Danzón cubano reivindicativo y lleno de vida. Del venezolano Aldemaro Romero, la muy comprometida Fuga del pajarillo que desarrolla el baile del joropo y culmina con una cadencia virtuosística de cuatro, el timple venezolano, formidablemente ejecutada por Víctor Batista, director de Los gofiones. Entre los solistas de la orquesta, también merece la cita el clarinetista Javier Mederos, un fenómeno de posesión musical y gestual.

Las encendidas ovaciones arrancaron como bis el mambo de West side story, de Bernstein, otro momento apoteósico. Importa menos la perfección, objetivo siempre a la vista, que el placer de compartir la extraordinaria alegría de un conjunto juvenil que responde con reflejos inmediatos a la incitación de Brito, maestro generoso y admirable más allá de instituciones y academias: un puntal en la mejor propagación del arte de los sonidos.

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