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Papel vegetal

Una deuda impagable

La deuda griega es, quiérase o no, impagable. En eso están de acuerdo la mayoría de los economistas. Y, sin embargo, hay que mantener la ficción de que el país tiene que devolver todo lo que se debe aunque suponga ya casi 320.000 millones de euros. Y ello con independencia de cómo se haya contraído esa deuda, la responsabilidad de unos y de otros, quiénes solicitaron los créditos y quiénes tan alegremente les prestaron en la convicción de que al final el Estado griego -es decir los contribuyentes- tendría que asumirla como propia. Aunque para devolver el dinero adeudado a los bancos franceses o alemanes, el Estado tuviese que endeudarse nuevamente en una especie de pozo sin fondo. Se trata, decía, de mantener la ficción porque la deuda sirve sobre todo para disciplinar a los países, para imponer sacrificios que en otro caso sus pueblos nunca aceptarían. Como escribe con ironía Renaud Lambert en Le Monde Diplomatique, "hubo un tiempo en el que los Estados se liberaban fácilmente de la deuda. A los reyes de Francia, por ejemplo, les bastaba con ejecutar a sus acreedores para sanear sus finanzas. Una forma incipiente pero común de reestructuración".

Uno de los derechos básicos de un Estado soberano es poder decidir las prioridades a la hora de elaborar el presupuesto, pero esto parece que ya no funciona en el caso de Grecia y otros Estados endeudados. El dinero del rescate en realidad no ha servido para sacar a los griegos de la pobreza, sino que los rescatados han sido de hecho la banca foránea. Lo grave de todo ello es que lo mismo en el caso griego que en el de otros países de la crisis, la agenda política parece depender exclusivamente de los intereses financieros, de los acreedores en perjuicio de las necesidades de los ciudadanos.

Y los bancos centrales, cuya principal función en el pasado era proveer de liquidez al sistema, ahora parecen dedicarse principalmente a prevenir crisis bancarias y rescatar con dinero público a los bancos en dificultades. Como ha señalado el profesor alemán Joseph Vogl, autor de El fantasma del capital y El efecto de soberanía, el Bundesbank alemán antes y ahora el Banco Central Europeo, creado a imagen y semejanza del primero, son además "los únicos órganos gubernamentales que no tienen que dar cuentas a nadie. Con ellos acaba todo control democrático". Sí, la deuda griega es impagable y eso lo saben todos, y si se insiste en "disciplinar" a los griegos es sobre todo por el miedo a que se contagien otros países, que podrían caer fácilmente en la tentación de postergar "reformas" que Berlín considera inaplazables.

Pero como recuerda el antes citado Lambert, un documento de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo matiza la doctrina según la cual los pactos relacionados con la deuda de los países deben cumplirse en cualquier caso.

Ese documento denuncia, por ejemplo, las llamadas deudas "odiosas" -préstamos comprometidos por ejemplo con un poder despótico- o los "vicios de consentimiento" sin que falten argumentos jurídicos de distinto tipo para justificar la suspensión de pagos de un Estado.

Hay una larga lista de deudas de países que dejaron de pagarse total o parcialmente en muy distintas fechas y por diversas circunstancias: entre ellas, las de México, 1883; Venezuela, 1902-03; Polonia, 1919, y luego en 1991; Costa Rica, 1922; la propia Alemania, en 1953; Ecuador e Islandia, 2008, mientras que Argentina no ha resuelto aún su crisis de la deuda por el empecinamiento de un fondo buitre.

En el caso de Grecia, parte de la deuda se contrajo durante la dictadura de los coroneles, otra parte sirvió para rescatar a bancos franceses y alemanes que habían prestado irresponsablemente a ese país y también está la parte correspondiente a la corrupción de dirigentes políticos por parte de empresas transnacionales, alguna de ellas alemana precisamente. No está de más por eso una auditoría, como la que reclama Podemos en el caso de España.

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