No es fácil encontrar una causa común que convierta la diversidad del planeta en una sola voz que se alce con convicción un mismo día para defender idéntico objetivo: un cambio en las relaciones entre los hombres y las mujeres que conviven en él. Tras más de un siglo como referente de esta lucha, el 8 de marzo es hoy en día un clamor que se conmemora en todo el mundo porque en ni un solo país la plena igualdad de género es aún un hecho. Y porque los avances sufren, periódicamente, retrocesos de diversa intensidad que ralentizan el proceso de equiparación entre hombres y mujeres.

En este año 2015, la mitad de las mujeres del mundo son aún pobres y se limitan a luchar por la supervivencia. Se enfrentan a la explotación, las ablaciones, los matrimonios forzados, los burkas... y cuánto más se resisten, más parece agravarse la violencia contra ellas. No existe ninguna cultura que escape a las violaciones físicas o psicológicas contra sus mujeres. "En una guerra es más peligroso ser mujer que soldado", ha dicho la dirigente hindú de ONU Mujeres Lakshmi Puri. Su afirmación resume de una forma gráfica el estado de vulnerabilidad en que viven las mujeres. Y no sólo en los conflictos bélicos ni en los países de desarrollo tardío o de fanatismo religioso; también en los autodenominados países avanzados y laicos entre los que nos incluimos.

En este lado del mundo, el Día Internacional de la Mujer se conmemora en un ambiente festivo en el que se suceden los actos de tono más o menos reivindicativo. Pero el que naciera como el día de las trabajadoras para rememorar precisamente la incorporación -por fin- de las mujeres al mercado laboral, es decir, su independencia económica, abarca hoy otras muchas facetas. Tantas como tipos de mujeres hay: la política que ha accedido a los centros de decisión; la empresaria que trabaja para sí misma; la feminista que se moviliza; la madre que no pudo conciliar la vida personal con la profesional; la joven que no encuentra trabajo; la maltratada que trata de salir del laberinto; la adolescente que confunde los celos y el ansia de control del novio con muestras de su amor; la niña que sacia el hambre en el comedor escolar; la discapacitada que superó las barreras; la pensionista que contribuye a sostener la depauperada economía familiar; y un interminable etcétera. Mujeres de distinta profesión, ideología, generación y ambiciones, unidas por su misma condición sexual y el empeño del otro sexo por someterla. De ahí que sea tan importante que haya, cada vez más, hombres feministas, capaces de hacer suya la causa de la igualdad.

No cabe duda de que si alguna batalla se ha ganado a lo largo de estas décadas de lucha es la de esa igualdad como concepto. Pero ganarla en los hechos requiere otros esfuerzos y recursos, porque aún no se han resuelto las causas estructurales que han provocado esa desigualdad. Según el Foro Económico Mundial, si la equiparación entre el hombre y la mujer sigue produciéndose al ritmo de los últimos avances, llevará otros 81 años reducir solo el diferencial económico de género. La Organización Internacional del Trabajo, por su parte, ha confirmado que los hombres cobran en promedio un 17% más que las mujeres. Y que, en el caso de España, si se tomaran en consideración los factores objetivos de capacitación de hombres y mujeres, no tendría que haber brecha salarial alguna; y, de existir, esta debería ser a favor de las mujeres por su mayor capacitación hasta recibir un salario un 2% mayor que los hombres. Lo cierto es que la contribución de la fuerza laboral femenina al crecimiento de la economía es un hecho cuantificado por muchos estudios, pero apenas aplicado.

Visualizar estas realidades de discriminación por razón de sexo, como primer paso para poder combatirlas, es uno de los objetivos de cada 8 de marzo. Pero esta no es, en ningún caso, batalla de un día. Como no es una batalla global que se dirima en los grandes foros mundiales. Es una lucha de cada mujer, cada día y en cada casa, oficina o espacio público. Y sobre todo, y con independencia de los mayores y menores éxitos que vaya cosechando en cada periodo histórico, una lucha contra el tiempo y ya imparable. La ONU le ha puesto fecha: la paridad de género debe alcanzarse antes de 2030, "para que los niños y niñas que nacen hoy alcancen a vivir en un Planeta 50-50".