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Javier Durán

Desviaciones

Javier Durán

Chirino como efecto 'lanzadera'

La trascendencia o no de un acontecimiento resulta ahora un tanto extraña: impera más una supuesta cirugía estética de Uma Thurman, o de qué color ve usted las rayas del traje, que el asunto que realmente mueve las bases de una sociedad. Pensaba sobre ello cuando me llama mi hija desde Granada para contarme la pelotera que hay montada en la Universidad con una conferencia de un tal Alejandro Cao, que se autodenomina primer representante occidental de Corea del Norte en las relaciones diplomáticas. Este sujeto, militante del Partido del Trabajo de la inefable saga Kim Jong, ha reventado el aforo del salón de actos, y seguro que a los asistentes no les ha importado que defienda una dictadura llena de ciudadanos hambrientos de comida y de libertad. Lo pasmoso es que este centro público superior y otros le ofrezca sus instalaciones para su perorata. ¿Desenfoque rectoral? Pues parece que sí.

A mí sí me ha parecido trascendente, y no sé si para el resto, el hecho de que empiece a palparse la Fundación Martín Chirino en el Castillo de La Luz después de tantos prolegómenos, dudas e indecisiones debido al estacionamiento de la crisis. La apuesta por traer la obra del artista, digámoslo así, repercute en nuestra autoestima social: vuelve, retorna, uno de los grandes de la escultura española de la forja, quizás el último, a un territorio del que se marchó en los años cuarenta del pasado siglo a la búsqueda de conocimiento y para iniciar una compleja carrera que tuvo su aldabonazo en Nueva York (en 1957 fue descubierto para el MoMA por los intelectuales O'Hara y Ashbey). Formaba parte del grupo El Paso, el movimiento que aireó la caverna artística española, aunque para ello tuviesen que participar de la escenografía cultural de la Dictadura franquista. Con sus sombras y sus luces, tenemos entre nosotros la obra de una auténtica vaca sagrada (con todo lo que ello conlleva) de la cultura contemporánea española, y de la que sin trampa alguna se puede decir que tiene peso en los museos más importante del mundo. En esta edición de Arco, una de sus piezas, localizada en la prestigiosa Marlborough, cotiza por encima de los 200.000 euros.

Al margen de las filias y las fobias tan recurrentes del negociado insular (y sobre las que me ahorro cualquier mención), estos son datos objetivos, indiscutibles, los que hay que poner sobre la mesa a la hora de tomar la decisión de crear una Fundación que pretende ser influyente en un contexto nacional donde los objetivos de los museos están en permanente revisión por la falta de ayudas y por transformaciones en la cultura del ocio que afectan a la taquilla. A estas alturas se entiende que soy un defensor sin fisuras de la Fundación Martín Chirino, y que a día de hoy no hay ningún otro contenido (al que podamos aspirar) que compita con la obra de Martín Chirino. Con todo el respeto que se merecen, creo que la opción de un museo del mar no resulta una oferta atractiva ni tampoco capaz de diferenciarse frente a otras semejantes, presentes hasta la saturación en interminables localizaciones costeras a lo largo del planeta. Vivimos en la era de la acotación como respuesta a la sobreinformación, y aquí se ha ido al grano: un nombre propio, un arraigo, un escultor que nació varias calles más atrás del Castillo, un hijo de los astilleros y una escultura enraizada como ninguna otra al hecho insular. Todo a favor.

La altura de miras ha logrado el rescate o apropiación de una personalidad cuya creación cruza parte de un siglo y el principio de otro. Pero no es lo único: hemos empezado a pensar a lo grande, y no con miserias, sobre el futuro de lo que se ha llamado frente marítimo de Las Palmas de Gran Canaria. La Fundación Martín Chirino y la rehabilitación del Castillo de La Luz por los reconocidos arquitectos Nieto y Sobejano se convierten en elementos singulares para potenciar la regeneración de un área afectada por la dejación estética, el abandono urbanístico y problemas de cohesión social. El efecto lanzadera tiene que ser visualizado por los vecinos de La Isleta. Deben beneficiarse de los visitantes de la nueva infraestructura. El turismo necesita alcanzar sus calles empinadas para conocer uno de los barrios esenciales de la ciudad, tanto en su construcción en la modalidad de la cada vez más castigada de la casa terrera como por la vida social que se desenvuelve en su interior. En definitiva, ellos no pueden quedar fuera de la plusvalía que se genere.

Hace unos años, no muchos, la capital vivió en torno al concurso para la regeneración del frente marítimo una de sus luchas más encarnizadas, con un división estruendosa entre arquitectos y entre los propios constructores, aparte de la contestación social que cosechó. Años después nos encontramos de nuevo en la idea, pero esta vez desde la serenidad, sin artificios, sin espectáculos, con el interés general por delante, con el cinturón apretado por la crisis y su austeridad. La Fundación Martín Chirino cambia definitivamente la centralidad de la ciudad, que vuelve a escorarse hacia el Puerto.

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