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Reflexión

El techo de cristal de Lorenzo Olarte

El propio Lorenzo Olarte suele decir que "la casa de los políticos no solo tiene sino que debe tener siempre el techo de cristal". De forma tal, que la ciudadanía pueda saber algo de sus vidas personales y privadas. Como igualmente dice el ilustre político, "al fin y al cabo, son los legítimos representantes de la ciudadanía", por lo que deben poder cerciorarse completamente de quién es quién a la hora de otorgarle el voto o no, ya que, el elegido va a administrar durante cuatro años el destino de los recursos del administrado y por ende su seguridad o precariedad dentro del sistema socio- económico y familiar. El elegido no es otra cosa que un apoderado de la ciudadanía por lo que esta tiene que ser persona leal y fiel a dicha confianza y mandato.

Estoy convencido, pues, de que el propio Olarte, dado su acreditado talante no se molestaría lo más mínimo conmigo, si incluso sin contar con su conformidad, ¡con la que cuento!, diese a conocer públicamente una de las facetas, para mí más apasionantes de su variopinta vida y a la vez, acaso la más desconocida por el pueblo canario, sobre su propia trayectoria personal. Pero con independencia de ello, porque de igual forma que él tiene su estilo y yo el mío he querido recabar su autorización para hacer unos modestos comentarios sobre el toro que el pasado día 19 le brindó el torero Manuel G. Mazzantini, en la plaza de Talamanca, donde Olarte ocupaba una barrera, junto al padre del diestro, como en este mismo periódico hace algunos días se ha contado.

Lorenzo Olarte cayó definitivamente, en las redes de la tauromaquia media docena de años después del fallecimiento del inmortal Manolete, cuando justamente a mitad del siglo pasado con motivo de su estancia durante varios años en que estudió la licenciatura de Derecho, siendo más tarde profesor de Derecho Penal de la Universidad Central, hoy Complutense, de Madrid, capital donde está emplazada la plaza de toros llamada Monumental o de las Ventas, la primera del mundo por su prestigio, donde se podían ver un par de festejos por semana, ya que incluso los jueves se daban novilladas.

Sé, de fuente fidedigna, que Olarte Cullen, mientras cursaba sus estudios en aquella Universidad, a última hora de algunas mañanas o al principio de otras, en unión de algunos compañeros de estudios, maletillas unos y becerristas aspirantes a novilleros otros, se echaban a la fugona, como decimos los canarios, provistos de los llamados trastos (capote, banderillas, muleta y estoque simulado) para aprender o ejercitarse a dar los principales pases del toreo, entrenándose adecuadamente en un solar dedicado a tal fin, situado dentro de la llamada Casa de Campo de Madrid.

Posteriormente, destinado en un Juzgado de Primera Instancia e Instrucción muy cercano a Pamplona, con suma frecuencia se desplazaba de madrugada a la ciudad pamplonica, participando activamente en los encierros de los sanfermines, acaso menos peligrosos que los actuales, dado el número mucho menor de personas que corrían, por cuya razón el peligro tan solo provenía de los toros que avanzaban por la calle llamada de la Estafeta, con dirección a la plaza, donde quedaban encerrados hasta la tarde, en que tenía lugar la corrida, al contrario que hoy, donde el peligro viene más del hombre que del astado, ya que lo causa una verdadera muchedumbre de seres humanos que participan en el encierro cada día de forma que se hace verdaderamente difícil, por no decir casi imposible, sortear al toro.

Luego, ya en Canarias, Olarte ejerció la crítica taurina, destacando de tal forma que obtuvo incluso el primer premio entre los críticos de entonces. Hace un par de años, junto a Salvador Boix, apoderado de José Tomás, a juicio de Olarte mejor aún que el mismísimo Manolete, ha participado en conferencias dadas, entre otros lugares de relevancia, Madrid y Bilbao y en estos momentos en que estas líneas escribo, recién regresado el veterano político de Madrid, acabo de enterarme de que su desaparición de esta isla el pasado domingo había tenido por objeto trasladarse de modo fugaz a la capital de España para ver torear a su amigo el cordobés Luis G. Mazzantini, quien no solo le invitó a ocupar una barrera junto al padre del diestro, sino, lo que es más importante, le brindó el segundo de sus toros con un breve discurso mientras le arrojaba la montera, diciéndole, según relata literalmente la prensa de estos días: "¡Va por Lorenzo Olarte, el mejor presidente que ha tenido Canarias, haciendo votos por nuestra gran amistad y con mi recuerdo imperecedero a Adolfo Suárez!"

Miren por dónde, los toros no solo no están reñidos con la política sino que en ocasiones incluso, como en este caso, se ensalza la figura de sus protagonistas. Porque en mi opinión, y conste que no es peloteo por su respaldo a ubicarme en la cabecera de la lista al Cabildo de Gran Canaria por el partido político Ciudadanos de Centro Democrático (CCD), del cual Lorenzo Olarte es su presidente a nivel nacional, sino pura narración de la verdad ya que, para mí, no solo por el logro de la Universidad de Las Palmas, la homologación, el 112, el nuevo transporte marítimo, evitar que eliminaran nuestro querido Estadio Insular y tantas otras cosas, que sin ser yo aficionado a los toros, coincido con el torero citado Mazzantini -acaso centrista y suarista-, como la fuerza política a la que pertenezco, ya que a Lorenzo Olarte, en unión de su propuesta por votar afirmativamente el ingreso de Canarias en la actual Unión Europea le bastaron tres años de presidente y cuatro de vicepresidente para pasar a la historia como el mejor presidente que hemos tenido hasta la fecha en esta primera etapa de la Transición.

Con mi saludo pues, a todos los lectores, sean amantes o no de la tauromaquia.

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