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Javier Durán

Desviaciones

Javier Durán

¡Bailad sobre la tumba de Podemos!

Al cuaderno de bitácora de la mala baba española le encantaría para Podemos un desaguisado tan monumental como el de la Operación Roca y el desierto de votos que cosechó en 1986, síntesis catastrófica auspiciada por el fin del entendimiento entre Monedero e Iglesias o entre Eduardo Galeano y Juego de Tronos. La hipótesis del movimiento revolucionario o reformista, depende de la dioptría del cristal que se aplique, divide a los analistas patrios: por un lado, la necesaria creencia en la flor de un día, y a otra cosa mariposa que todo esto del saqueo y sus terribles consecuencias sólo ha sido un mal sueño, y que el Bigotes volverá a encargar trajes de sastre para todos y que la fiesta no pare; por otro, los que creen que aquí amanece desde hace tiempo un cambio de ciclo, un fenómeno estructural al que Podemos le puede dar cumplida respuesta. Y por último, la marcha del profesor de Ciencias Políticas cercena la ansias expansionistas de Podemos (clases medias, pensionistas, desahuciados, hipotecados, licenciados en paro, becarios maltratados, cerebros evadidos...) y lo sitúa donde le corresponde, arañando votos al PSOE e IU.

De un tiempo a esta parte, el desenfoque es uno de nuestros hábitos. Se va Monedero porque es más o menos radical que Iglesias en la toma del palacio de invierno con más o menos armas dialécticas, y ya creemos que se ha cumplido un proceso, de la inmadurez a la madurez. Ocurrió igual cuando el 11-M. Los grandes oráculos, el frenesí partidista (Arriola y Felipe en versión conferenciante; la otra es de consejero de grandes empresas) llegaron a vaticinar que una vez levantado el campamento ya estaba todo dicho y que no anidan los pájaros de colores de forma tan fácil en la sociología. Meses después, con las europeas, el acontecer de la calle de los espejos cóncavos y convexos les dio una lección: en la Puerta del Sol había un poso, y aquel aparente caos tenía unos tensores internos, no detectados, que saldrían a la luz dando lugar a un choque frontal contra el conformismo bipartidista.

¿Puede acabar la crisis de Monedero con esta aspiración, o bien van a salir más reforzados? Nada, ninguno de los antecedentes vividos hasta ahora, puede servir de referencia. Y por una razón exacta: nunca ha existido en España un cabreo tan generalizado, una sensación ciudadana de haber sido víctima de un robo a mansalva, como la que cuajó desde los ochenta y empezó a vomitar en los noventa, y hasta ahora, sin parar, igual que una bacteria que ha encontrado el ecosistema más nutritivo entre las cañerías de los poderes del Estado. La disidencia del cofundador de Podemos ha sido utilizada como el revés de la fortaleza con la que desfila Ciudadanos, cuyo líder, Albert Rivera, se ha resituado (quizás hasta por casualidad, sin pensarlo, beneficiado por la coyuntura) en el centro político, un espacio que tantos beneficios trajo a los próceres de la Transición, de ahí la tarareada y sempiterna canción de que el gran nicho de votos en España se encuentra en la centralidad, más unas gotitas de izquierda o de derecha, sea el caso. Pero pensemos en el cambio generacional: son esquemas antiguos, sólo hay que ver la evolución a la baja que ha sufrido el consenso monárquico para ver cuán lejos nos encontramos de aquel Jardín de las Hespérides. Si hay aspectos que se echan de menos y que se mantienen inmarcesibles pese al paso del tiempo, como son la llamada al diálogo y al pacto que parece reclamar la ciudadanía a través de unas encuestas cuyos resultados exaltan estas herramientas a la vista de la fragmentación. Valoraciones del pueblo, en todo caso, que se pasan por el forro algunos: Rajoy, en Toledo, acaba a abrir la caja de truenos sobre quién tiene más o menos pedrigrí del 78. Una vergüenza. Los peores tics ante el pavor.

Un apunte finalísimo: en los comicios autonómicos y locales del próximo 24 vamos a ver por primera vez algo que hasta ahora ha pasado de largo, y que es la consolidación a través de las urnas del rechazo a la corrupción. La teoría del camposanto del corrupto, beneficiado por los votos pese al reguero de imputaciones que cosecha, podría empezar a decaer. Y como consecuencia de ello, habría que emplear una sana cautela a la hora de ver cuál va a ser el efecto del asunto Monedero, un arma de doble filo dado que su acoso y derribo, su acorralamiento con la información privilegiada que maneja el ministro Montoro y la campaña para equiparar su expediente de cobros por asesoramientos a Venezuela con los platos de Bárcenas, Rato, tarjetas black, Valencia..., podrían en definitiva tensar más la cuerda, propinarle una mayor energía a lo que se ha llamado voto de castigo.

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