Las últimas noticias sobre el hundimiento de embarcaciones que transportaban inmigrantes en el Mediterráneo, desde el norte de África al sur de Italia y las Islas Griegas, por lo que suponen de tragedia por el número de muertos, han despertado la conciencia, sobre todo de los países miembros de la Unión Europea.

Algo importante hay que hacer. Emigración ha existido en todas las épocas. Siempre un pueblo fronterizo con un imperio rico termina por invadirlo, para así conseguir los bienes de riqueza y bienestar que ellos no poseen. El Imperio romano estableció unas fronteras (limes las llamaban) y conseguían contener a los bárbaros. Incluso llegaron a permitir una cierta filtración, que en algunos casos llegó a ser de clanes o guerreros que se incorporaban a las legiones; y algunos de ellos llegaron hasta ser jefes. A pesar de esa política, en algunos momentos más o menos permisiva, los bárbaros irrumpieron, con violencia, en distintos momentos, rompiendo los limes por puntos que se habían debilitado; e incluso en oleadas separadas en años, como pasó en España.

Ya hubo un intento europeo por mejorar el progreso de África. Al final del siglo XIX, en la Conferencia de Berlín (1884), los países del oeste europeo se repartieron geográficamente el territorio africano asignando a cada país el área a la que se comprometía a colonizar o a ayudar en su desarrollo. Ahora en la reunión de los ministros de Asuntos exteriores de la Unión Europea, no se debe tratar de concluir sólo que hay que reforzar las fronteras, o devolver a los emigrantes a sus países de origen... porque el problema surge por la pobreza y falta de desarrollo de los países de donde proceden los emigrantes que se ven con un derecho a buscar una vida mejor para ellos y para sus familias.