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El padrino de una generación que cambió Hollywod

Bien está que los Premios inauguren su nueva denominación saldando en parte su deuda con la generación de los 70 que puso Hollywood pantallas arriba y cambió el guión de la Fábrica de Sueños desde sus mismas entrañas. Steven Spielberg o Martin Scorsese merecen figurar en la lista de futuros galardonados como grandes pilares de ese nuevo cine norteamericano en el que Francis Ford Coppola, sucumbiendo el tópico, puede ser considerado el padrino indiscutible. Un señor que hizo La conversación, las dos primeras partes de El Padrino y Apocalypse now se ha ganado con creces un lugar de honor en el salón de los grandes creadores del siglo XX. Se ha ganado, incluso, el derecho a que seamos benevolentes con el declive de su carrera cuando se convirtió más en un realizador preocupado por pagar las deudas que le había dejado la ruinosa Corazonada que por afrontar desafíos como su adaptación del conradiano El corazón de las tinieblas, un rodaje de horror que le marcó a fuego.

Coppola aprendió el oficio en la mejor/peor escuela del mundo: la factoría de Roger Corman, o, lo que es lo mismo, rodajes con presupuestos mínimos y contrarreloj. Nueve días le llevó hacer Dementia 13, terror de narrativa confusa y visualmente pobretona pero con apuntes interesantes en la creación de una atmósfera lúgubre. Coppola se alejó del género con Ya eres un gran chico, una imaginativa mezcla de comedia y drama que limpió su talento de las telarañas anteriores y sacó a relucir sus ganas de romper moldes. Empeñado en pisar todo tipo de terrenos, su siguiente trabajo fue un musical en toda regla. El valle del arco iris tenía al mítico bailarín Fred Astaire de protagonista y el presupuesto ya era considerable. Por desgracia, el guión era flojo y la duración excesiva, pero visualmente permitió a Coppola cierto lucimiento. Pero aquel no era el camino que quería recorrer y con Llueve sobre mi corazón empezó palpitar su auténtico talento: una pequeña película sobre la relación entre una mujer en crisis vital y un ex jugador de fútbol americano que sufre una grave lesión cerebral. Con un magnífico reparto (Shirley Knight, James Caan, Robert Duvall), Coppola realizó un drama sobrio y emocionante.

Su elección para dirigir un gran proyecto como El Padrino fue una sorpresa en toda regla Trabajar dentro del engranaje de unos grandes estudios con muchos intereses opuestos, grandes egos y mucha inseguridad en aspectos fundamentales (la elección de Marlon Brando y Al Pacino fue muy conflictiva, y el empeño en una fotografía deliberadamente oscura desconcertó a muchos mandamases) convirtió aquel rodaje en una pesadilla en la que la cabeza del director estuvo siempre en entredicho desde el primer día. Pero el resultado silenció a todos y la película se convirtió en un clásico instantáneo y barrió en las taquillas.

Con las espaldas bien cubiertas, Coppola pudo enfrentarse a la segunda parte más seguro de sí mismo y tomando más riesgos. El resultado superó al original y el cineasta pasó a ser un peso pesado indiscutible de Hollywood.

Antes, Coppola quiso marcar territorio y rodó La conversación, con un inmenso Gene Hackman. El demoledor plano final en el que el detective especializado en escuchas, enloquecido, toca el saxo después de destrozar su casa en busca de micrófonos, es de los que no se olvidan. Con tres obras maestras en su curriculum, un Coppola empeñado en emular a Orson Welles se embarcó entonces en el infierno de Apocalypse now, que estuvo a punto de volverle loco. Aquella bendita locura dejó para la posteridad secuencias memorables como el ataque de los helicópteros al son de las Walkirias wagnerianas. Una película megalómana, sin duda, que anticipó la debacle que un Coppola desmelenado no vio venir en su afán por tener sus propios estudios: Corazonada engulló millones de dólares sin necesidad, siendo como era una historia intimista que no necesitaba esos derroches de oro y que lucía un reparto competente pero escasamente taquillero y una lánguida banda sonora de Tom Waits. Visualmente fascinante, la contradicción de rodar una historia pequeña con unos medios gigantes la empujó al abismo.

Arruinado, Coppola optó por hacer pequeñas películas muy cuidadas estéticamente (La ley de la calle, de merecido culto, o Rebeldes, demasiado empalagosa) o producciones más importantes como Cotton Club, muy estimable pero un fiasco en taquilla, o la personal Tucker. Peggy Sue se casó y Jardines de piedra tienen poco interés, y su tercer Padrino ofrecía grandes momentos (¡ese final con el aullido de dolor de Pacino!) pero cojeaba por un guión endeble y algunas malas elecciones de reparto (Sofia Coppola, sí). Tras la desmesura visual de un Drácula enfebrecido y las aseadas pero convencionales Jack y Legítima defensa, Coppola huyó hacia delante volviendo la vista a sus orígenes con presupuestos ínfimos y muchas ganas de experimentar con tres películas minúsculas en todos los sentidos y que se ven con respeto pero con la inevitable añoranza del cineasta que tanto arte con mayúsculas hizo.

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