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Aula sin muros

El árbol de Casandra

Hay un pino centenario que se erige, como vigía, en la colina que da a la presa de la cumbre. A su sombra se juntan familias para comerse el bocadillo en un día de gira, adolescentes para pelar la pava en las tardes estivales y parejas ebrias de amores en noches de estrellas. No se sabe bien quién, o por qué, le puso el nombre de una mítica adivina. Según viejas leyendas podría tratarse del espectro de una mujer media bruja de lugar que respondía al nombre de Casandra. O una invención de gente que asoció ciertas actividades con el mito de la profetisa. Pero sí está confirmado que fueron reinventadas por grupos de jóvenes de la Cruz Roja durante los veranos en acampadas de vacación, solidaridad y prodigios. Porque era durante las vacaciones de verano cuando armaban los campamentos con carpas de tela militar, cocina y retretes de camuflaje de campaña. Recibían clases de diferentes disciplinas por parte de profesores voluntarios en medio de la retama, a la sombra del solajero que, al caer la tarde, invitaba a un remojón en las aguas del embalse. Las noches que rezumaban olor de pino y aire fresco de agua empantanada se llenaban de cantos y cuerdas de guitarra cuyas melodías, al sereno de la noche, convidaba a muchos a iniciarse en el juego de amores púberes. Puede que fuera en alguna de esas noches de imaginarias cuando reinventaron el nombre de Casandra del inmemorial pino a donde los mandos mandaban, como pena, a algún díscolo o remolón de hacer las tareas diarias de acampada. Escuela al aire libre de generaciones donde se formaron chicas y chicos, que hoy son mujeres y hombres de los que, antes se decía, "de provecho". Ayer como hoy, centenares de jóvenes en Canarias, miles en todo el mundo, destinan parte de su tiempo libre a sectores de población en riesgo con el solo deseo y objetivo de servir. Así, lo mismo auxilian a gente a punto de ahogarse en un mar embravecido, como acompañan a una anciana solitaria en su hogar, apoyan en la escuela y la familia a niños en riesgo de exclusión social, colaboran en la recuperación de congéneres adictos a la porquería de la droga o, como sucede en la actualidad, ayudan en alta mar y costas a miles de seres humanos venidos del infierno y abandonados a su suerte en barcos de la muerte. Actividades todas guiadas por una filosofía de crecimiento personal y participación social en trabajos y tareas de solidaridad. No sé si a quien se le ocurrió la idea de ponerle el nombre al pino canario sabía que, en la mitología griega, Casandra fue la más hermosa de las hijas de Príamo y Hécuba o lo que es lo mismo, hermana de Héctor, el valeroso héroe de la mítica Troya. Que fue pitonisa que antes de anunciar una profecía entraba como en trance y tenía convulsiones de loca. Predijo las desdichas para los troyanos si no desconfiaban del gran caballo de madera que los griegos estaban construyendo en la playa de Ilion. Ni caso. Cuando Troya cayó en manos de los aqueos, uno de sus caudillos, Ayax, la violó en el templo mientras la diosa Atenea apartaba la vista horrorizada. Se vengó la diosa y el regreso de los griegos a sus puertos griegos fue un cúmulo de desastres e infortunios. Nada en común con los solidarios jóvenes de las colonias de verano. Salvo en una cosa: en lo que muchos presagiaron de que el testigo de los grupos de jóvenes que antaño se reunían para convivir y aprender a orillas de la emblemática presa, lo han tomado jóvenes de hoy que, en tiempos de tanto individualismo, dedican parte de su tiempo a una tarea, que, a fuer de ser loable, también está en el origen de algo que nos hizo humanos: pensar en el otro. Algún mérito tienen aquellos pibes y pibas que, en noches de sereno, subían a la loma y creían ver fantasmas entre las copas o detrás del tronco del pino centenario.

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