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Papel vegetal

Contra la colonización digital

Cuando destacados periodistas tiran piedras sobre su propio tejado y pregonan el final del periódico tradicional y cada vez más editoriales apuestan por el libro electrónico, resulta reconfortante la lectura de un libro desafiantemente titulado Defensa del papel (Ed. Ariel).

Su autor es el filósofo italiano Roberto Casati, director del Centro Nacional para la Investigación Científica (CNRS), de Francia, que se confiesa lector empedernido desde siempre y que, negando ser ludita, es decir, sin estar por principio en contra de las nuevas tecnologías, sí rechaza su uso indiscriminado y sobre todo su tendencia a la exclusividad.

El blanco principal de sus críticas es el que llama "colonialismo digital", el intento de valerse de cualquier medio para introducir las nuevas tecnologías en todos los ámbitos de nuestra vida, desde la lectura hasta el juego, de la enseñanza al asesoramiento, de la comunicación al proceso electoral.

El "colonialismo digital" se ha convertido en una especie de ideología, que Casati resume en un principio muy simple: "Si puedes, debes": si es posible hacer que una cosa o una actividad migren al ámbito digital, entonces hay que hacerlo.

Frente a esa tesis invasiva, el autor señala que la migración que se exige no es una obligación y que en todos los casos debe primar el "principio de precaución" para proteger nuestra identidad como ciudadanos autónomos.

Está, por ejemplo, el iPad, que va desplazando gracias a sus muchas posibilidades y ventajas a los lectores electrónicos, pero del que puede decirse que está especialmente orientado al entretenimiento y a la compra de productos que cumplen esa función.

Cuando uno viaja en cualquier transporte público, ve a su alrededor a personas enfrascadas en sus móviles o en sus iPads, conectadas permanentemente a Internet, pero que en la mayoría de las ocasiones están viendo una película o jugando a algún videojuego al tiempo que chatean con sus amigos.

La lectura de un libro, sobre todo si se trata de un ensayo, exige concentración y no admite fáciles distracciones como las que proporciona esa especie de mariposeo que es el zapping.

El libro tradicional, el de papel, nos dice Casati, es un "ecosistema" muy distinto del que iPad: en esta última herramienta, la lectura es sólo una aplicación entre muchas otras, algunas de las cuales pueden resultar muy seductoras.

Todas esas ofertas tentadoras que hacen especialmente atractivas las nuevas tecnologías las vuelven también peligrosas cuando las herramientas electrónicas se emplean en clase de modo indiscriminado ya que será muy difícil impedir que algunos alumnos abusen de ellas para fines distintos del buscado por el profesor.

Para Casati, el iPad es "no sólo un ordenador más ergonómico, sino el último eslabón de una enorme y pujante cadena comercial", por lo que, de acuerdo con el señalado principio de precaución, habría que reflexionar antes de introducirlo en la escuela y, si se hace, conviene estar siempre muy vigilante.

En el mundo de Internet, la búsqueda de información, que es para lo que son especialmente útiles tales dispositivos electrónicos, está además condicionada por sistemas de recomendación que hacen de ese medio, dice Casati, "un inmenso centro comercial personalizado".

Al quedar registradas todas las búsquedas que hacemos, todos nuestros hábitos de lectura o nuestros campos de interés, se nos recomiendan libros que otros lectores con perfiles semejantes al nuestro han dicho apreciar.

La consecuencia es que si terminamos leyendo sólo lo que se espera de nosotros que leamos, acabaremos encerrados en el horizonte de nuestras expectativas, un horizonte cada vez más angosto. Es decir, nos convertiremos en individuos comercialmente tutelados, que es en el fondo de lo que se trata.

En plan positivo, Casati propone finalmente que los usuarios se conviertan algo así como en "diseñadores de nuestro tiempo, de la situación de aprendizaje, de nuestras relaciones electrónicas con los demás y con las instituciones, y de localidad y la naturaleza de los rastros que dejamos".

Es decir, nos anima a ser "un poco hackers, en el buen sentido del término: los que reorientan las tecnologías con fines distintos para los que fueron programadas", sin dejarse en ningún caso "intimidar por la normatividad automática que imponen las ideologías" que subyacen a ese nuevo tipo de colonialismo: el digital.

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