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Pitar después de pagar impuestos

Los linajes Borbón, Botín, Correa, Díaz Ferrán, Fabra, Koplowitz, Matas, Pujol, Rajoy (sobresueldos), Rato o Urdangarin comparten la condición de evasores fiscales, a menudo a una escala inalcanzable para el vulgo. Antes de que este rasgo de carácter compartido se distorsione como una fuente de descrédito colectivo, hay que apresurarse a destacar que ninguno de ellos abuchearía el himno ni cualquier otro símbolo español. Incluso podría sostenerse que su acendrado patriotismo les impedía prestar atención a zarandajas de entidad minúscula, como la correcta relación de haberes para su tributación al Estado que sin duda llevan impreso en el alma. Experimentan un sentimiento tan inconmensurable hacia su unidad administrativa que no puede pagarse con dinero, así que se lo ahorraban.

Las disculpas anteriores son innecesarias, porque la opinión pública ha perdonado generosamente las infracciones fiscales de gran parte de los apellidos citados para concentrarse en la incalificable salvajada de quienes pitaron el himno en la final de Copa. Conforme se aleja el espectáculo, se advierte quizás un apresuramiento en la elevación de cien mil espectadores de extracción dispersa a la categoría de criminales. De hecho, la firme tentación de encarcelarlos a todos por llevarse un silbato a la boca supondría un coste inasumible, para un país cuya población reclusa se cifra en 65 mil personas muy caras de mantener. Este contingente se vería ampliamente doblado con las incorporaciones futbolísticas. Aun admitiendo que fuera un acto violento, sería uno de los delitos colectivos más fulgurantes de la historia de la humanidad, tanto en su estallido como en su instantáneo apaciguamiento al sonar otro pitido, a cargo del juez de la contienda.

Entre las abundantes causas del exceso en la criminalización de la grada, se olvida la futbolística en sí. Con todo, ni la rabia ante el excelso primer gol de Messi en la final de Copa justifica la locura desatada por la pitada de forofos políticamente neutros. Quienes ahora reclaman el potro de tortura contra los silbantes, antes han apadrinado una notable producción ensayística sobre el fútbol como opiáceo inyectado por los poderes públicos para extinguir la llama de la reivindicación social. También coinciden gremialmente con quienes hace un lustro denigraban el pasotismo juvenil y hoy piafan contra el voto juvenil a Podemos. La conclusión sería que las mesnadas de corta edad o regate largo siempre andan equivocadas, no importa la dirección que tomen. Simétricamente, sus jueces siempre aciertan.

Tal vez por las malas compañías que frecuento, no conozco a un solo telespectador que se desconectara del partido por la pitada inicial. Se convertirían así en cooperadores necesarios del crimen, otros seis millones de personas contra quienes se deben emprender acciones penales. Tampoco parece que el estruendo afectara a los artistas, por lo menos a los alineados en uno de los equipos. El árbitro Velasco Carballo ni siquiera recogió la pitada en el acta. El colegiado se inhibió, al igual que la Agencia Tributaria con muchos de los personajes citados al principio de este artículo. Por tanto, el impacto verbal no solo ha superado al real, sino también al decibélico.

Es más agradecido amar a la patria que pagar por ella. Un rutinario examen de las gradas del Camp Nou permitía comprobar que buena parte de los asistentes tienen sus ingresos económicos exhaustivamente controlados, con la atenuante de hallarse en las fechas señaladas para la declaración de la renta. No escasean los contribuyentes con ganas de gritar después de cumplir con su tarea, una sensación ajena a quienes se desentienden de sus obligaciones con Hacienda. Según las estadísticas fiscales, en el saturado palco del Camp Nou había una mayor proporción de defraudadores fiscales que en los asientos de la plebe silbadora, donde residía por tanto una cuota superior de compromiso con el Estado. Anteponer el himno a los impuestos como seña de identidad conduciría a un país ejemplar pero en quiebra.

Las defensas son a menudo peligrosas al justificar un comportamiento. La libertad de expresión es más seria que pitar un himno p0rque lo hace tu vecino. Al margen de sus virtudes terapéuticas, la liberación instintiva o pasional de los pulmones alcanza a lo sumo la etiqueta de libertad de exabrupto, que subyace en la invención del deporte de masas. La imagen más peligrosa de la final de Copa sigue mostrando al Jefe de Estado junto al vicepresidente de la Fifa, organización concebida para delinquir según la justicia de Estados Unidos. Y claro, estas cosas solo suceden en España. Si descontamos a Francia, donde corsos o hijos de inmigrantes norteafricanos abucheaban La Marsellesa en los estadios. O a Alemania, etcétera.

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