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Papel vegetal

Migraciones

Cada vez se escuchan más voces que argumentan que el fenómeno masivo de las migraciones, que tienen causa en la pobreza, las guerras y la globalización en general, nunca va a arreglarse con nuevas barreras, que ponen en peligro a las personas y sólo sirven para que se lucren las mafias dedicadas al tráfico de seres humanos.

Como dice el refrán, no se le pueden poner puertas al campo, y en nuestra época de libre movimiento de capitales y de continuas deslocalizaciones de empresas, todo lo que cabe hacer es actuar en los países de origen para evitar que crezcan todavía más allí los desequilibrios y en los de acogida para poner freno a un populismo de tintes claramente xenófobos.

El británico Paul Collier, profesor en Oxford y director del Centro de Estudios de las Economías Africanas, lleva tiempo estudiando las migraciones, sobre todo las que tienen su origen en ese continente, y ha llegado en libros como El Club de la miseria a conclusiones que deberían interesarnos a todos.

Ha explicado, por ejemplo, que algunos países pueden ser muy ricos en recursos naturales como el petróleo y que, sin embargo, la excesiva dependencia de esos recursos fomenta la corrupción en las clases dirigentes y, lejos de beneficiar a sus poblaciones, aumenta las desigualdades y la pobreza general.

Y están por supuesto las continuas guerras, alimentadas por viejas rivalidades entre países o etnias que, con el apoyo muchas veces de empresas extranjeras, luchan por el control de esas riquezas, que sólo engordan las cuentas que unos dirigentes sin escrúpulos, muchas veces llegados al poder gracias a golpes de Estado, tienen en bancos occidentales o en paraísos fiscales.

A las inmigraciones procedentes del corazón de África, de ese "corazón de las tinieblas" de que hablaba Joseph Conrad, se suman ahora las que tienen su origen en los países de Oriente Próximo, materialmente destruidos por las insensatas intervenciones de Estados Unidos y algunos de sus dóciles aliados europeos.

Inmigraciones que por desgracia no hacen sino alimentar el discurso xenófobo de los nuevos partidos populistas de la vieja Europa que aprovechan la creciente inseguridad que la globalización provoca en las clases medias y trabajadoras para buscar fáciles chivos expiatorios que ayuden a distraer a los ciudadanos de las verdaderas causas de la desigualdad y precariedad que sufren.

En cualquier caso y aunque sólo fuese por la diferencia entre los niveles salariales del primer mundo y el tercero, se calcula que cerca del 40 por ciento de la población de los países pobres estaría dispuesto a dejar sus países de origen, si pudiese, para irse a vivir a algún lugar del mundo rico.

Esto significa que, entre unas causas y otras, el fenómeno migratorio no sólo no va a parar, sino que va a acentuarse en las próximas décadas, y lo mejor que puede hacerse es empezar a tomar medidas para al menos encauzarlo.

Hay que pensar, por ejemplo, en la enorme sangría que representa ese éxodo de cientos de miles de jóvenes personas que tan valioso servicio podrían prestar a sus países de origen si se les ofreciese la oportunidad de aprovechar allí mismo sus capacidades y talentos.

Habría que crear en los lugares de acogida, como propone Collier, puestos de formación para esos emigrantes de forma que puedan un día retornar a sus países de origen y aplicar allí los conocimientos adquiridos porque es intolerable que al expolio de los recursos naturales se sume también el éxodo de los recursos humanos.

Claro que, al paso que vamos, una propuesta parecida sería también útil para países como España, donde unos niveles de desempleo sin precedentes empujan a los más atrevidos o capaces a la emigración sin la garantía de que un día puedan regresar a casa y aprovechar aquí todo lo aprendido.

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