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Crónicas galantes

El póquer de Atenas

Grecia envió a un experto en teoría de juegos para que negociase el impago de sus formidables pufos con la UE, el BCE y el FMI; pero en realidad debiera haber mandado a un profesional del póquer. Un tahúr de aquellos del Oeste que, sin baza alguna para jugar, tenían la habilidad de sacar una carta escondida en la manga y ganar la partida en la última escena. No es el caso de Yanis Varufakis, el cinematográfico ministro de Economía griego finalmente expulsado de la mesa.

Más que un western, la negociación entre las instituciones antes llamadas troika y el Gobierno de Alexis Tsipras empieza a parecer una película de suspense.

El tiempo se les va agotando a las dos partes antes de que el reloj de la suspensión de pagos deje de hacer tic-tac a finales de este mes.

Ninguno de los jugadores de la partida quiere llegar a esa situación, por razones fácilmente imaginables. El derrumbe de Grecia y su eventual salida de la zona euro hundirían al país al dejarlo sin fuentes de financiación; pero tampoco serían leves los daños de los acreedores. Además de perder el dinero prestado -a lo que ya se resignan muchos de ellos-, tendrían que afrontar los efectos del drama griego sobre la estabilidad de la moneda única.

Con esta última baza juega el primer ministro Alexis Tsipras, en la confianza un tanto arriesgada de que los demás miembros de la partida acabarán por ceder a su farol. Eso, sin embargo, sería tanto como aceptar que existe una política alternativa a la de rigor -o austeridad- que a día de hoy es el catecismo de observancia obligatoria en la UE. Mucho es de temer que, siquiera sea por que no cunda el ejemplo, las autoridades de la antigua troika no estén por la labor de darle ese gusto al Gobierno griego.

Tsipras está atado por su programa electoral, en el que prometía luz gratis a los pobres y subidas de las pensiones más bajas, entre otras medidas que chocan frontalmente con la doctrina de la UE. Alega, no sin razón, el presidente griego que su obligación es honrar las promesas que hizo a quienes lo votaron; aunque eso equivalga a no entender que Grecia -como cualquier otro país- vive en una economía globalizada.

También Angela Merkel y sus demás socios europeos, España incluida, tienen difícil venderles a sus electores la necesidad de retrasar la jubilación a los 67 años, mientras los griegos se retiran -por término medio- a los 61. A lo que habría que agregar el coste del batallón de pensionistas que empezaron a cobrar su paga a los 55 años, sin más que acogerse a la generosa política de prejubilaciones vigente hasta no hace mucho en Grecia.

El Gobierno griego quiere dejar las cosas como están e incluso aumentar el gasto en pensiones, lo que sin duda es justo y necesario. Infelizmente, los otros jugadores de esta larguísima partida se resisten a seguir financiando un programa que no es el suyo, lo que aboca a Tsipras a un dilema de casi imposible resolución. O satisface las promesas a sus electores y se queda sin dinero para pagarlas o cede a las exigencias de los acreedores y se busca un problema en casa.

Mal asunto cuando se juega al póquer, aunque sea con cartas en la manga. La lógica del naipe, como la de cualquier otro juego de casino, sugiere que la banca siempre gana al final. Y si algo está claro en la partida entre Atenas y la troika es quien ejerce ese papel de prestamista al jugador endeudado.

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