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Crónicas galantes

Mas y De Quincey

Probablemente inspirado por Harold Laski, el presidente catalán Artur Mas se dispone a proclamar -en compañía de otros- la independencia del territorio sobre el que ejerce el mando. Laski fue un escritor británico, medio liberal y medio socialista, que alertó en un olvidado ensayo sobre "los peligros de la obediencia" que a su juicio entorpecen el progreso de la Humanidad. Las leyes, venía a decir, deben ser impugnadas y cambiadas cuando el avance de la sociedad las deja rancias. Lo que no advertía Laski en su exaltación de la desobediencia civil es el riesgo que también ofrece la transgresión o el mero olvido de las leyes, en la medida que puede acarrear consecuencias tan indeseadas como el conformismo. Sobre esto predicó Thomas de Quincey, famoso opiómano y esteta del crimen, en su tratado sobre el asesinato considerado como una de las Bellas Artes. Decía el autor que empieza uno por permitirse un crimen y a continuación pasa a no darle importancia a robar; después de robar se entrega a la bebida y deja de ir a misa; y acaba finalmente por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente. Cuando uno empieza a degenerar, es difícil saber dónde encontrará el tope. A Mas hay que suponerle mayor formalidad que al drogota De Quincey, pero aun así existen ciertos parecidos razonables entre ambos. Imaginemos que alguien decide saltarse la Constitución para declarar la independencia de uno de los reinos autónomos de España. El empeño es mayúsculo, pero podría tener éxito -al menos, en teoría- si los votantes decidiesen refrendar la propuesta de su presidente autonómico. Lo peor vendría después, claro. Tras hacer saltar en pedazos un Estado, Mas podría caer en la espiral de desobediencia sobre la que ya alertó hace un par de siglos De Quincey. Fácil es imaginar que, animado por este primer éxito, el presidente catalán pasase a no respetar las señales de tráfico, para ignorar a continuación el pago de impuestos, tirar luego papeles en la calle y, finalmente, dejar de saludar a los vecinos que le cayesen mal. Desobedecer y cantar, todo es empezar: ya se sabe. Aún más perturbador sería el precedente sentado por Mas. Los ciudadanos, que son como niños dispuestos a seguir el ejemplo paternal del poder, se sentirían tal vez legitimados para desobedecer las leyes y órdenes emanadas de cualquier gobierno. El de Mas, por ejemplo. Estimuladas por la rebeldía de todo un presidente, las gentes de la infantería bajo su mando podrían caer en la tentación de imitar su comportamiento. Algunos dejarían de pagar a Hacienda bajo el argumento de que los tributos son diezmos propios del pasado. Otros quizá optasen por conducir sin carné o sin seguro y, en general, todos llegarían a la exagerada conclusión de que las leyes están para cumplirse solo en el caso de que a uno le gusten, según el novedoso principio establecido no hace mucho por la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau. Todo esto, de producirse, desembocaría como es lógico en una cierta anarquía, por más que su promotor sea un burgués de orden y palco en el Liceo tal que el actual presidente de la Generalitat. Es lo que ocurre cuando uno no atiende a las enseñanzas de la Historia y, sobre todo, a las advertencias sobre la vulneración de las leyes que hace ya tanto tiempo formuló Thomas de Quincey. Aunque igual estaba bajo los efectos del opio. Como tantos que andan por ahí.

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