El maestro José Alemán ha tenido la amabilidad de comentar los artículos que he publicado en LA PROVINCIA y La Opinión sobre las supuestas acechanzas del pleitismo sobre la política canaria y aquí no cabe otra cosa que un debate que quizás no sería mal pretexto para hablar de los defectos a corregir del diseño institucional autonómico, la urgente necesidad de reformas administrativas, sin excluir la del régimen electoral, o lo perentorio que resulta acuñar conceptos y perspectivas de análisis para desentrañar lo que ocurre entre siroco y siroco en estas islas. Como suele ocurrir, Alemán introduce y relaciona inteligente y hábilmente datos, reflexiones y una visión histórica que es marca de la casa y que tan patéticamente ausente está en el análisis periodístico que se practica en Canarias. Me alarma una gentil advertencia suya: que él también creía (porque quería) ver el pleito enterrado en el tardofranquismo y cuarenta años más tarde aquí estamos.

Alemán cita como último gran aullido del pleitismo (tinerfeñista, porque curiosamente jamás se suele mencionar el grancanarista) la manifestación contra la creación de la ULPGC. En su momento, y aunque era un pibito, me avergonzó mucho y me asqueó bastante: una expresión de paletismo ramplón y patrimonialista. Lo peor de todo es que ese hediondo patrioterismo isloteñista ahogaba algunas razonables reservas sobre la conveniencia (académica, organizativa, financiera) de no duplicar facultades, escuelas y departamentos. Creo que tiene razón, pero el fracaso de la campaña contra la ULPGC demuestra que el pleitismo, como mecanismo de regulación de relaciones de poder, estaba ya en agonía. Coincido con él en que ese pleitismo expresó el combate de crasos intereses entre la oligarquía santacrucera y la de Las Palmas. Pero no podía sobrevivir fuera de su ámbito político e institucional de origen. A esta comunidad le convendría, sin duda, una reparación a fondo, pero tiene algunas virtudes. Acabar con la patología pleitista es una de ellas, porque un Gobierno no puede desenvolverse sin atender -mejor o peor- los intereses empresariales de las islas capitalinas. Y obviamente los males que indica Alemán (presiones sobre medios de comunicación, financiación de campañas electorales, amiguismos entre dirigentes políticos y empresariales) han existido o existen, pero el pleitismo como estrategia política carece de virtualidad. Y repito, es consecuencia, entre otros factores, de la autonomía que trajo un Gobierno resignado a un ejercicio más o menos honesto de equilibrio. Si no se hubiera destruido la II República y el Estatuto de Gil Roldán se hubiera aprobado en las Cortes, por ejemplo, un pleitismo de baja intensidad hubiera podido sobrevivir durante décadas.