Tengo una estupenda amiga que por edad podría ser mi madre, pero por espíritu mi hermana, con quien disfruto momentos de chistes, secretitos, largas conversaciones telefónicas y un encaje de cariño que nos envuelve a ambas desde hace muchísimos años. Su sentido del humor es extraordinario, su memoria formidable (para mí la quisiera a su edad), su fe en Dios inquebrantable y su vivo temperamento la envidia de casi todas las señoras nonagenarias. Hace unos días me contó una pequeña historia que me hizo reír a carcajadas, porque la verdad es que tiene su miga. Andaba ella haciendo turno en la consulta de un dentista, y a su lado una joven con su móvil al que no dejaba de teclear con los dedos pulgares a la velocidad de un Fittipaldi. Acabado el tecleo, agilizó la mecánica de la voz para paliquear al otro lado del hilo conductor utilizando palabras huecas que no llevaban a ningún sitio. O sea, hablar por hablar. Mi buena amiga, que le encanta charlar, no veía la manera de abordar a la joven buscando un entretenimiento oral en la larga espera, porque aquella muchacha, independiente como un mantel individual, se enrollaba como un estor en su vacua conversación en la que multiplicaba las palabras en segundos, importándole un rábano lo que sucedía a su alrededor. Mi amiga, con más paciencia que blanquear las juntas de los azulejos, y para matar el tiempo, extrajo de su bolso con disimulo su santo rosario al que es muy devota, y así andaba ella metida en sus rezos cuando la joven, acabada su cháchara, observa extrañada el rosario diciéndole sin vergüenza alguna "¿ese trasto todavía se usa?" A lo que mi amiga con una dulzura más suave que el Mimosín para la ropa, le contestó, "mi niña, lo que ya no se usa es el trasto de tu móvil, que es tan antiguo que no llega nada más que a unas cuantas naciones. El mío llega hasta el cielo y me pone en contacto con una amiga mía que se llama María, y encima no tengo ni que apretar botones porque cierro los ojos y ya la tengo delante" La joven quedó callada como un higo chumbo (tuno) y sin necesidad de anestesia y mi amiga crecida como una planta bien abonada.

Y es que a esta juventud de hoy orar, asistir a misa, confesarse, rezar el santo rosario y creer que existe Dios les parece tan raro como una luna sin brillo. Qué pena. Ay, nuestra limitación humana...

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