Después de hablar con un amigo que vive en Bruselas ("Esto parece un cementerio por miedo de que termine siendo un cementerio") releo por enésima vez los escritos del maestro Rafael Sánchez Ferlosio sobre la guerra: el luminoso destilado de cerca de medio siglo de lecturas y estudios polemológicos. Para Sánchez-Ferlosio toda guerra -no importa cuál sea- es una puñetera catástrofe irremediable que nada ni nadie puede redimir. El ensayista toma una frase de George Bush en su discurso ante el Congreso después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 para resaltar la euforia guerrera que ardía en los gritos y aplausos de congresistas y senadores. "Una tal explosión de patriotismo, en que la patria se demuestra, de modo indiscutible, hija congénita de la guerra, es la explosión de una droga euforizante que demuestra hasta qué punto la guerra es el momento de plenitud de un pueblo en cuanto pueblo, de una nación como nación".

Recuerdo leer en pasadas ocasiones estas palabras con un profundo convencimiento sobre su precisión. Ese convencimiento no ha variado un ápice pero se coloca en tensión sobre la piel ardiente de la realidad. Por supuesto, la guerra es un horror consustancial a la construcción y legitimación de naciones y patrias. Detrás de la guerra -aunque no es necesario escarbar demasiado entre la mugre sanguinolenta- se encontrarán siempre y para siempre los perversos señuelos de la identidad. Esos hechos diferenciales y caracterizadores que o bien se han conservado gracias a la matanza del enemigo o bien se han perdido (y urge recuperar con las armas en la mano) después de que el enemigo nos masacró cruel, despiadada, vilmente. ¿Quién puede discutir semejante obviedad? La guerra es una institución milenaria que ha servido -muy matizadamente- para resolver temporal y limitadamente diferencias colectivas, pero la experiencia de siglos demuestra que como metodología la guerra, entre otras incapacidades, resulta incapaz de evitar futuras guerras y recomiendo vivamente las admirables páginas al respecto de Sánchez-Ferlosio.

Pero, ¿y si insisten en la guerra? ¿En esa guerra de baja intensidad -por el momento- que significa la globalización del terrorismo en manos de un yihadismo apocalíptico? Dos no discuten si uno no quiere. Pero dos se pueden matar si uno de ellos se empecina en cortarle el cuello al otro porque su gobierno bombardea tierras que recorrió el Profeta o porque quiere gozar de huríes con o sin bigote en el paraíso. Toda la escéptica sabiduría polemológica se evapora en el aire cuando escuchas la voz alterada de tu amigo desde Bruselas que apenas asoma la cabeza por la calle desde hace 48 horas y que, ajeno a la política o al periodismo, te explica pisando cada palabra con muchísimo cuidado: "Esto parece un cementerio por miedo a que termine siendo un cementerio".