La Provincia - Diario de Las Palmas

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Tropezones

Fin de trayecto

P.G. es un buen amigo que acaba de cumplir 94 años. Está casi sordo y como todos sabemos dicha condición dificulta la escucha del propio discurso, que se torna inaudi- ble, o por el contrario excesivamente ruidoso. La voz de mi amigo es atronadora.

Por ello los temas que solemos abordar terminan alcanzando los decibelios de un pregón, al que difícilmente pueden sustraerse los vecinos del rellano de escalera.

Hace unos días, al pegarme al audífono para comentarle, quizá con cierta falta de tacto, hasta qué punto la muerte forma parte de nuestra vida, mi amigo procedió a dispensarme toda una lección magistral sobre la cuestión. Él había escogido una profesión peligrosa, la de piloto, y encima en los comienzos de la aviación, con el consiguiente menoscabo de la seguridad, rudimentaria en el mejor de los casos. Ya entonces vivió de cerca la muerte de alguno de sus compañeros en su temerario desafío a los retos irresistibles para un joven aviador: ojos de puente bajo los que volar, vuelos rasantes casi rozantes etc. También le tocó hacer la guerra, viendo perecer violentamente tanto a enemigos como a amigos, exhalando uno de ellos el último suspiro entre sus brazos. Por no mencionar su época como legionario y más o menos voluntario "novio de la muerte" (aunque en el mismo cuerpo se bromeara: "pero que la agonía sea larga"). Era obvio asimismo que su misma longevidad le había emplazado a vivir la desaparición de muchos seres queridos, lo que no había hecho sino reforzar su situación de proximidad, incluso de familiaridad con la muerte.

Por todo ello mi amigo, al margen de considerarse un afortunado y casi milagroso superviviente, no podía sino conferir al día final de su travesía la naturalidad de las cosas inmutables, como la salida del sol que con olímpica indiferencia habría de repetirse el día después.

Impresionado ante una actitud casi campechana frente a su cercano horizonte vital, no tuve por menos que plantearle "¿Y después qué?".

"¿Ah, te refieres a si después nos salen unas alitas, y todo eso? Pues ya veremos"

Confieso que me gustaría alcanzar esos lúcidos 94 años con la misma serenidad, que a la postre no es resignación sino una natural conformidad con lo que nos espera, un fin de trayecto lógico y previsible tras tan largo recorrido (y en el caso de mi amigo me consta que fructífero y pletórico de vivencias y cariño).

Por citar al poeta cubano Indio Naborí en su "parte consciente del crepúsculo":

Todo se queda en un recogimiento:

los cálices, los pájaros, el viento,

la luz que sosegada se retira

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