La noche de Reyes se lió buena. La vestimenta new-age, friki o carnavalera, según se mire, de sus Majestades en su ruta por Madrid puso a este país de vuelta y vira. No encontramos episodio más escandaloso para iniciar el año que ver a los Reyes Magos envueltos en papel de regalo de los chinos después de su largo viaje desde Oriente.

Las redes sociales, el wasap, la prensa (la farfullera y la seria) y hasta mi madre ardían por un tuit de una exdiputada lamentando que su hija de seis años le dijera: "Mamá, el traje de Gaspar no es de verdad". A lo que ella contestó: "No te lo perdonaré jamás, Manuela Carmena. Jamás".

A partir de ahí, España vomitó. Su ingenio, su sentido del humor, su raíz titiritera y también sus ganas de olvidar. La vestimenta de marras pasó a ser lo más leído por encima de negociaciones de gobierno, de la patada en el culo a Mas, del talegazo en la Bolsa y hasta de la bomba de hidrógeno que lanzó el pirado ese de Corea del Norte.

Alucinante la virtud que tenemos para que un clavo saque a otro. Admirable que el chascarrillo enmudezca la quiniela de pactos. Y hasta esotérico que salgan por la ventana nuestras penurias, incertidumbres y anhelos. Todo, por un quítame allá un rey mago de anchas vestiduras y colorines varios.

Pero debajo de las capas horteras de esas Majestades de pego, o viajando en las carrozas de celofán o abriendo los regalos de atrezo, nos termina escupiendo la realidad.

Una realidad que no esconde ninguna fantasía. Ni de Oriente, ni de Occidente, sino la economía real, la que no entiende de indicadores macro, la que no sabe del crecimiento del PIB, de mercados o cotizaciones. Aquella que da un lametazo a la vida de todos los días.

La de los 247.529 parados inscritos en Canarias. La de los jóvenes, que se forman sin otear el horizonte. La de las mujeres, que cobran por el mismo trabajo menos que los hombres. La de los precarios, que siendo ateos rezan por un mes más de contrato.

La realidad de las pymes, que no les sale el sudoku de ingresos y gastos. La de los autónomos, que ni comen ni duermen ni viven. La de los "malpagadosyacallarse", que como salten ya saben dónde está la calle.

La de los mileuristas, que nunca fueron más envidiados que ahora. La de los profesionales, que no saben qué hacer con sus másters. La de los funcionarios, que buscan el valor del euro de antaño. Y la de los que nunca volverán a ocuparse porque les pasó el tren de nombre tecnología.

Por esas realidades, las que se esconden tras unas barbas postizas, coronas de latón, trajes imposibles y magia verbenera, no te lo perdonaré jamás, maldita crisis.

Pero no a la crisis económica, de la que empezamos a levantar cabeza. No se lo perdono a la otra, a la auténtica, a la que engendró y parió esta. A la que se disfrazó de Gaspar para permitir, con nuestro consentimiento, que bancos, corporaciones y gobiernos manejaran nuestras vidas haciéndonos creer que éramos los reyes, sí, pero del mambo, para ahora señalarnos como irresponsables, insensatos y botarates.

O aquella engalanada de serpentinas y confetis que nos hizo olvidar que la formación es un proceso sin fin; que la excelencia no se apunta de inmediato en el balance; que se puede progresar sin pisar callos; que la mediocridad no es el objetivo; que la dignidad no tiene sueldo; que el esfuerzo se hace cada día; y que la carrera es de fondo y no un sprint alocado.

Crisis, maldita crisis. Devuélvenos ya todo eso que nos arrebataste y deja ya de camuflarte de Reyes Magos, de envolvernos con tus vestidos de floripondios y, sobre todo, deja de incendiar un país con machangadas para que no podamos ver nuestras realidades más penosas.