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El análisis

Algo pasa en el Congreso

Pedro Sánchez armó para su debate un inteligente discurso de investidura, pero en las intervenciones en que debía defenderlo frente a los dos grupos que, a su izquierda y a su derecha, se le opusieron no estuvo muy lucido, pues parecía haber agotado toda la retórica en las costuras con que compuso su discurso y al margen de ella no se mostraba capaz de salir de un rosario de consignas repetidas hasta la saciedad.

Exhibía, además, su falta de entrenamiento para figurar una imagen institucional que diferenciara su actitud de las rutinas de quien se ha manejado en la oposición, y esto hasta el punto de que se le observaba forzadamente contenido, casi siempre a punto de decir lo que pensaba en realidad. Sus competidores más feroces no fueron Rajoy e Iglesias sino, de manera implícita, Rivera, su ocasional socio en este pacto, capaz de desenvolverse en la tribuna con más cla-ridad, desprejuicio y credibili-dad que el aspirante a presidir el Gobierno.

La impresión, por lo visto en la jornada de ayer, es que el líder de Ciudadanos presenta mejores trazas para defender resueltamente los contenidos del pacto que el otro firmante, tal vez porque es quien más epígrafes ha incluido y quien con menos complejos está dispuesto a venderlo. Rivera es un crack y brilla como parlamentario a la altura de la excelencia, se coincida o no con él.

El resultado de la votación se conocía milimétricamente de antemano, pero eso no impedía que desde la tribuna se produjeran invocaciones que habrían entonado mejor en las mesas de negociación que no habían sido dispuestas previamente. Así, veíamos que el candidato a la presidencia enviaba reclamos a Podemos mientras su socio de Ciudadanos hacía el mismo trabajo con los diputados del Partido Popular.

Cada cual tiraba los tejos a su 'pareja natural', pero sin incorporar otra oferta que la contenida en la letra del pacto a dos. Y es que si se hubiera anunciado algún añadido por alguna de las partes para convencer a los partidos del 'no' en su respectivo segmento ideológico, habría estallado allí mismo la cohesión del acuerdo de los doscientos puntos programáticos.

Si el Parlamento no fuera un espacio político en el que, antes y ahora, todo está predeterminado de antemano y se hicieran posibles reposicionamientos sobre la marcha podría haberse dado el caso de que los cuatro partidos hubieran votado a favor de la investidura si las habilidades argumentativas de Sánchez y de Rivera hubieran hecho su efecto. Pero esto era impensable, pues el primer round debía seguir estrictamente el guión del fracaso.

La novedad que supuso la escenificación parlamentaria de Podemos confirmó que hay una nueva izquierda que no está decidida a acomodar su discurso sino que, por el contrario, quiere recrearse en su espacio. Un espacio político amplio en el Congreso, pues a pesar del gran fraccionamiento de fuerzas, Podemos tiene escasas similitudes con el resto de los grupos, de modo que podrá producir ingenios políticos a destajo. Desde el minuto uno los podemitas enarbolan su programa máximo, incluido el condicionante relativo al referéndum catalán, convenientemente solapado durante la campaña electoral. No parece que estén dispuestos a flexibilizar sus posturas y menos a aceptar los sucedáneos de muchas de ellas con que se les envía guiños desde el PSOE.

La exposición de Iglesias reproducía la cara y la cruz de la imagen de ese partido: son extraordinariamente certeros cuando se trata de enumerar las disfunciones del sistema y las consecuencias que éstas producen en los sectores más frágiles de la sociedad, pero crean perplejidad cuando detallan algunas de sus soluciones. IU validó las dos investiduras de Zapatero con programas socialistas que, sin embargo, eran menos trascendentes que algunas de las reformas que anidan en el de Sánchez y Rivera, empezando por la constitucional. Pero el nutrido grupo de Podemos se muestra mucho más exigente que la IU exigua que ha transitado por las anteriores legislaturas.

Rajoy, que durante algunos tramos del debate acumuló intensas atenciones, lo que le hacía aparecer casi en el papel de virtual candidato, se mostró muy despierto y dicharachero, a punto de imitar los monólo-gos de Buenafuente. Mejor que se lo tome con humor, aunque esa actitud no puede evitar que sus argumentos aparezcan robotizados.

El Congreso ha adquirido nueva luz, a pesar de que la distribución de escaños lo haga aparecer varado, pero es probable que unos comedidos resúmenes de los debates que a partir de ahora se celebren en él adquieran algún interés y audiencia.

En cuanto a Patxi López, cabe apuntar que quizá acabe siendo un buen presidente de la Cámara, pero anteayer quedó demostrado que como moderador es pésimo.

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