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'Cien años de perdón'

El robo que no fue

No resulta sorprendente encontrar a Daniel Calparsoro al frente de Cien años de perdón. Sus películas anteriores, Combustión (2013), Invasor (2012) y Guerreros (2002), por no remontarnos más atrás en su filmografía (debutó en 1995 con Salto al vacío, donde narraba la historia de un chica que mantenía a su familia gracias al tráfico ilegal de armas), ya nos habían puesto sobre aviso de que el cineasta catalán era un director de armas tomar. Cien años de perdón, cuyo argumento se desarrolla en el interior de un banco durante el asalto perpetrado por un grupo de atracadores profesionales enmascarados y armados, tiene la virtud de utilizar un lenguaje claro y directo. Es un thriller ameno e inspirado y, cuando debe, se vuelve intenso, frenético e inquietante.

Más endeble es el trazado de los personajes que intervienen en la historia escrita por Jorge Guerricaechevarría, otrora guionista de El niño y Celda 211, con los que el espectador no llega a empatizar en ningún momento, lo que no impide que la película resulte compacta en su núcleo argumental; que el tono de la narración sea el adecuado y que la historia entretenga, haga pensar y provoque incomodidad: la de descubrir que el robo es en realidad una operación organizada por una facción del partido que está en el poder para hacerse con el contenido de una caja de seguridad cuyo contenido puede poner en jaque al gobierno del país.

Luis Tosar, Raúl Arévalo y Rodrigo de la Serna compiten en un terreno donde nunca llegan a coincidir. Cada uno tiene acotada su parcela para el lucimiento personal perpetuado a costa de sus respectivos personajes. El primero, en el de un atracador apodado "el gallego", metódico y obsesivo. El segundo, en el de jefe del gabinete de la presidenta del Gobierno, que sabe demasiado de las cloacas del poder y no está dispuesto a que salga a la luz. El tercero, en el de cabecilla de la banda de atracadores, apodado "el uruguayo", la mente brillante del asalto al banco. El resto del elenco de actores que salen en la película cumple con su papel al realizar una interpretación sólida, que no termina brillando pero si cumpliendo con su cometido.

Con Cien años de perdón, Calparsoro demuestra que el cine de acción español atraviesa un momento tan llamativo como lo es el hecho de que la estética de la película tenga mayor importancia que el guión, que pretende destapar toda la impunidad con la que actúan los grupos de poder y toda la desgracia que causan sus decisiones. Es una historia que podría explicarse en un par de líneas, pero que Calparsoro transforma en lectura múltiple: política, social, humana... a través de un grupo de atracadores y rehenes al borde de un ataque de nervios y de un país en horas bajas, donde a la interminable crisis económica se suma la corrupción política.

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