Desde luego no estoy debidamente documentada sobre la agorafobia, y sólo poseo una información fragmentaria, pero lo que sé y he visto ha hecho que viaje por mi sangre una abundancia de ebulliciones, dada la incomprensión que me produce esta rara enfermedad a la que no se le conoce la causa. Decía Pirandello que "la vida es una forma de morir despacio", y creo que así ocurre con quienes padecen esta enfermedad.

La verdad es que me cuesta hacerme a la idea de que realmente exista esta curiosa y triste enfermedad llamada agorafobia, que trata de la reclusión involuntaria por parte de quien la padece y que tengo entendido surge de repente, como un correazo en la mente, dejando a su víctima con la sangre sin fluir, paralizada en la calle, atemorizada y con una pregunta sin respuesta flotando en el éter.

Según me cuentan los afectados, es como un miedo irrespirable a salir a la calle y la impresión absoluta de que salir es morir. ¿Qué ocurre en esas mentes para sentir de pronto esa indefensión y olvidarse del mundo de los vivos? La mente es un magnífico criado, pero un amo terrible. Pienso que todos los humanos navegamos por el mismo mar de la vida, pero las aguas para cada uno van por distintos cauces siendo evidente que defender nuestro oleaje es nuestra principal prioridad, con la esperanza de que nos conduzca a buen puerto..., luego es la misma vida la que levantará un muro entre ella y nosotros, a pesar de nuestros buenos deseos.

Obviamente, de la vida no se sale con vítores porque imbricados en ella estamos todos a su merced, por tanto alegrías y penas hacen el camino. Pero me sorprende grandemente esta enfermedad extraña que acorrala de pronto a un ser humano hasta la sumisión, dejando al enfermo incapaz de plantarle cara sin necesidad de ayuda psicológica, resistiéndose a respirar esa atmósfera que le roba la paz, la hermosa libertad, atrapado en sus crueles redes. Sólo es conocida de unos años para acá y jamás de los jamases pude imaginarme que dos buenas amigas mías llegaran a padecerla. La una, lo más que hace es estar todo el santo día asomada a la ventana de su tercer piso, porque ahí se siente segura y jamás sale a ningún lado. La otra, después de más de treinta años enclaustrada (todo le comenzó cuando ambas íbamos a recoger a nuestras pequeñas hijas a las teresianas y viví su retroceso, a pesar de que la animaba a que abandonara sus miedos) ahora "se permite", con gran temor, salir a la vía, llegar a la panadería de la esquina, comprar el pan e inmediatamente regresar asustada a la casa.

Ambas han perdido la juventud, cuando eran hermosas y plenas de salud, porque un día "algo les asaltó la mente" dejándolas con los pies clavados en el asfalto, disminuyendo la onda de sus energías, abrazadas a un misterio, a un lado oscuro del vivir y sin la llave que les abra la puerta a la esperanza, para así poder respirar de nuevo aquel aire de libertad que ahora les ha quedado tan lejos... Qué pena, penita, pena.

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