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Crónicas galantes

Risas con papel de fumar

Urgido a ser sincero "al ciento por ciento", un médico informa a su paciente de que padece una enfermedad incurable. El enfermo se lo piensa mejor: "¿Y no le importaría ser sincero al 60 por ciento, doctor? ¿O al 10 por ciento?"

El gag es bastante más ingenioso de los que, por lo general, nos ofrecen los humoristas de la tele; pero aun así ha sido reputado de denigrante por un espectador que se quejó a TVE, la cadena que emitió el sketch. El agraviado considera inaceptable que se bromee con asuntos tan serios como la enfermedad, mayormente si es de pronóstico infausto.

Por raro que parezca, el departamento de quejas de TVE no dudó en presentar sus disculpas al televidente en cuestión y a todos aquellos otros que pudieran haberse sentido afectados por la broma. Se conoce que hemos alcanzado un nivel de sensibilidad semejante al que lleva a algunos americanos amantes de la corrección política a calificar de "gigantes de crecimiento interrumpido" a los enanos.

No hay noticia, sin embargo, de que se presentasen reclamaciones por el bajo nivel de la risa que a menudo se expende en la tele española, tanto da si pública o privada. Lo habitual durante años fue que los presuntos humoristas se limitasen a la imitación de personalidades populares o a juegos de palabras que harían sonrojar -por su falta de sutileza- a cualquier niño medianamente inteligente. Si la de imitar es la primera tendencia de los primates, aquella fue una epidemia de humor primario que todavía hoy aflige, bien que en menor medida, a los espectadores de la tele.

Para una vez que alguien trata de elevar el nivel, como ha hecho el pobre José Mota con su sketch médico, ya se ve lo que ocurre. Le han caído encima, de golpe, los guardadores de las esencias de este malhumorado país.

En esto se conoce que hemos importado de Estados Unidos la political correctness -o corrección política-, que consiste en el uso de eufemismos para evitar ofensas a cualquier persona o grupo social. Una persona de piel negra, por ejemplo, es un "afroamericano", concepto que extrañamente llegó a utilizarse también en Europa; por más que aquí lo propio sería hablar de "afroeuropeos". Tampoco vamos a andarnos con esos detalles menudos.

El abuso de esta fórmula, en principio bienintencionada, ha hecho que nos cojamos los conceptos y hasta los chistes con papel de fumar. Un simple e ingenioso sketch en la consulta del médico, por ejemplo, puede interpretarse como una afrenta a todos los enfermos del país.

Los políticos, que están a la que salta, han propagado la moda mediante el uso de la expresión "compañeros y compañeras", "españoles y españolas", e incluso "jóvenes y jóvenas", con el ánimo de no excluir de sus discursos a la mitad femenina de la población. Cualquier día se les va a perder el hilo argumental y, llevados de la inercia, acabarán por saludar a su auditorio con un imparcial "Buenos días, buenas noches". Todo sea por no discriminar, aunque sufra la gramática.

A tanto ha llegado esta hipersensibilidad que ya ni siquiera se aplica al humor la excepción del animus iocandi, tremendo latinajo con el que los juristas aluden al propósito de hacer reír como disculpa de cualquier broma más o menos atrevida. Será que la crisis nos ha devuelto a la adusta España de Calderón y ya ni echarnos unas risas nos van a dejar. No sea que alguien se moleste.

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